The Plaza de Armas in Old Havana still holds breathtaking sights. This time, I stopped by the Palacio de los Capitanes Generales, now the Museo de la Ciudad.
The Wooden Street
The first thing that greets you is the palace’s entire wooden street front. Yes, wood—wooden cobblestones, to be exact. From what I’ve been told, this street was once lost under a sea of asphalt (oh, modernity), but in the 1980s, during restoration work in the area, it reappeared and was fully excavated to be put on display.
I asked the locals about its origin because, having visited nearly all of Cuba’s heritage cities, I’d never seen anything like it. So far, I’ve been given three legends:
The ruling Captain General suffered from migraines, and the constant noise of carriages drove him to the brink of collapse.
It was actually his wife who had the migraines, and as everyone knows: Happy wife, happy life.
The funniest one: The Captain General’s wife loved her siesta—a Spanish tradition many Cubans still cherish—and as any Latino knows, naps are sacred. The clatter of carriages disturbed her sleep, ruining her mood and, consequently, the governor’s peace.
I don’t know which legend is true, but all three sound believable.
The Palace
The palace’s entrance, facing the plaza, is a gem of Cuban Baroque. Inside, you’re immediately struck by the coolness of the stone walls, the lush greenery, and the high ceilings.
Construction began in 1776 under the rule of the Marqués de la Torre and was completed in 1792 under Luis de Las Casas. According to the guides, 65 Captain Generals (the highest colonial authority in Cuba—basically, the ones in charge) lived here.
The museum has around 40 exhibition rooms. It’s a real shame that the entire second floor, which supposedly houses some of the most impressive displays, is closed for repairs. But I’ll tell you what I did see—and brace yourselves, because this story includes a couple of macabre details.
The Parroquial Mayor
Before the palace stood here, there was a church—and not just any church, but the first one in the Villa de San Cristóbal de La Habana, originally a simple thatch hut built in 1524. Let me summarize its chaotic history:
1538: French pirates destroyed it, even stealing the bell. It was rebuilt.
1550: They decided the house of God deserved better materials and started reconstructing it in stone.
1555: Another pirate, the infamous Jacques de Sores, razed it again. It was rebuilt, but poorly—locals complained endlessly about its shoddy quality.
They considered moving it (too expensive), rebuilding it fancier (too expensive), or at least reinforcing the structure (guess what? Too expensive). This back-and-forth continued until 1741, when a ship (this area is right by the port, hence the pirates) carrying a massive gunpowder cargo was struck by lightning. The explosion was so massive it blew the church to smithereens. The ship was called Invencible ("Invincible"). I doubt it lived up to its name.
Thirty years later, a hurricane finished the job, and they finally decided to remove it. Since the palace now stands here, remnants of the church remain, including what looks like tunnel entrances in the courtyard. Peek inside, and you’ll find… the old crypt!
The guides say it’s now sealed off (don’t expect Parisian catacombs—what a shame), but you can still see a coffin from the outside, holding the nameless, scattered remains found down there.
The room dedicated to the church holds the usual: liturgical objects of immense historical and material value, a few tombstones (since, as you know, the best spots in Catholic churches were reserved for the wealthy and illustrious dead). Worth a visit.
Cementerio de Espada
Now, for more macabre details: Two fascinating rooms. One is dedicated to the Cementerio de Espada, the city’s first cemetery (established in 1806 when burials in churches were banned). Apparently, it was also the first in Spanish America. It was located in another part of Old Havana, and one of its most notorious moments was during the 1833 cholera epidemic, when the graveyard collapsed from the sheer number of dead. It closed in 1878, and the remains were moved to the current Cementerio de Colón (a massive place I’ll visit soon and report back).
Since the Cementerio de Espada no longer exists, the Museo de la Ciudad brought some of its coffins, niches, and artifacts here for display. Call me morbid, but this was my favorite spot.
The first thing that caught my eye were the metal coffins.
From what I later researched, this was a tradition dating back to Roman times in Spain. Lead made coffins airtight, preserving bodies so well that some legends speak of intact corpses when exhumed later. In Cuba, this was a practice of the aristocracy, especially since the tropical climate didn’t help preservation. It was also an epidemic-era measure—19th-century medicine believed cemetery odors caused disease (they weren’t entirely wrong, but not for the reasons they thought).
Then there’s the funerary art I’m more familiar with: crypt reliefs, tombstones, metal/glass/ceramic flower wreaths, and, of course, inscriptions. It’s haunting to see so many children’s graves, speaking volumes about the era.
Next door is the statuary and lapidary room, featuring more funerary sculptures and others originally meant for public spaces.
There are also several rooms dedicated to colonial life—dining rooms, bathrooms, living spaces, transportation. The really good exhibits are under repair, but I’ll return and tell you all about them. I decided to show you only this because I have a very deep bond with graveyards —no, I'm not a Goth, but my mum is an historician who worked for years in a historical Cemetery and I used to spend a lot of time the in my childhood, learning everything about funeral arts.
So, visit this place. It's cool.
VERSIÓN EN ESPAÑOL.
La Plaza de Armas de la Habana Vieja todavía tiene cosas impresionantes para ver. Esta ocasión me llegué al Palacio de los Capitanes Generales, actual Museo de la Ciudad.
La calle de madera
Lo primero que te recibe es que el frente de dicho palacio es una calle entera de madera. Sí, madera, adoquines de madera para ser exactos. Por lo que me cuentan, esta calle en algún momento se perdió en un mar de asfalto (ay, la modernidad) pero en los años 80, durante los trabajos de restauración de la zona, reapareció y decidió excavarse completa para que fuera visible.
Le he preguntado a los habaneros qué pasó aquí, pues yo he visitado casi todas las ciudades patrimoniales de esta isla y nunca había visto algo como eso. Hasta ahora me han contestado con tres leyendas.
Que el Capitán General de turno padecía migrañas, y el constante ruido de los carruajes lo tenía al borde del colapso.
Que la migrañosa era la mujer de dicho señor, y como todo el mundo sabe: esposa feliz, vida feliz.
Que la esposa del señor Capitán General gustaba de dormir siesta, costumbre española que nos queda a muchos cubanos, y como todo latino sabe, es sagrada. Por consiguiente, el famoso ruido de los consabidos carruajes hacía que la señora durmiera mal, lo cual afectaba su carácter y, por consiguiente, la paz del gobernante.
Yo no sé cuál leyenda es cierta pero las tres están bien creíbles.
El Palacio
La entrada del Palacio, desde la Plaza en sí, es una joyita del barroco cubano. Luego, al entrar, a uno lo sigue asaltando el verde, el frescor de un edificio de piedra, los altos techos. La construcción del sitio comenzó en 1776 cuando gobernaba el Marqués de la Torre; y se terminó en 1792, bajo el gobierno de don Luis de Las Casas. Por lo que cuentan los guías, en él vivieron nada menos que 65 Capitanes Generales (máxima figura de gobierno de la colonia española en Cuba. El que mandaba, vamos).
El museo tiene unas 40 salas expositivas. Es una verdadera lástima que todo el segundo piso, donde por lo que me cuentan hay algunas de las más impresionantes, estén cerradas por reparación. Pero les contaré lo que sí pude ver y prepárense, que esta historia trae hasta un par de detalles bien morbosos.
La Parroquial Mayor
Aparentemente, antes del palacio, aquí hubo una iglesia, y no cualquiera: la primera de la Villa de San Cristóbal de La Habana, una iglesia que comenzó como una simple cabaña de paja en 1524. Intentaré resumir esta historia:
-En 1538 la destruyeron unos piratas franceses, que se llevaron hasta la campana, y la vuelven a reconstruir.
-Hacia 1550 se decide que la casa de dios merecía mejor material y comienzan a hacerla de piedra.
-En 1555 vino otro pirata, el famoso Jaques de Sores, y la volvió a destruir.
-Luego la reconstruyeron otra vez pero por lo visto de mala gana, pues la calidad fue criticada hasta el cansancio por la gente de la Villa.
Luego quisieron cambiarla de sitio pero era muy caro; derrumbarla y hacerla nueva y más lujosa pero era muy caro; cambiarle aunque sea la estructura pero adivinen qué: era muy caro. En ese tira y encoge estuvieron hasta que en 1741, un barco que andaba cerca (esto queda casi al lado del puerto, de ahí los piratas) que aparentemente llevaba un señor cargamento de pólvora, fue golpeado por un rayo y la explosión fue tan de órdago que mandó a la iglesia a freír tusas. Invencible, se llamaba el buque. No creo que lo fuera.
Hasta treinta años después, cuando un huracán acabó de desbaratarla, decidieron sacarla de ahí.
Como en este mismo lugar se levanta el Palacio, todavía quedan restos de la parroquia. Entre ellos, si uno se asoma desde el patio a unos curiosos agujeros que parecen entradas de túneles, descubre ¡la antigua cripta! Dicen los guías que todo eso ahora está clausurado así que no esperen nada como las catacumbas de París (qué lástima), pero sí hay un ataúd visible desde fuera, donde descansan los restos, dispersos y sin nombre, que sí encontraron allá abajo.
En la sala dedicada a la parroquial hay lo normal en este tipo de espacios: objetos litúrgicos de inmenso valor tanto histórico como material, y un par de lápidas, pues como ustedes saben los mejores lugares de las iglesias católicas se dedicaban siempre a los difuntos ilustres y más ricos. Vale la pena visitar.
Cementerio de Espada
Y siguiendo con los detallitos morbosos, dos salas muy interesantes. Una está dedicada al Cementerio de Espada, el primero de la Villa (cuando dejaron de enterrar a la gente en las iglesias, se entiende) que data de 1806. Por lo visto también fue el primero de la América hispánica. Se encontraba en otra zona de la Habana Vieja y entre los momentos más notorios de su historia está la epidemia de cólera morbo de 1833, cuando el camposanto colapsó por la cantidad de difuntos. Cerró en 1878 y los restos se pasaron para el actual Cementerio de Colón, una cosa enorme a la cual iré pronto y les contaré.
Como ahora el Cementerio de Espada ya no existe y este es el Museo de la Ciudad, se decidió traer algunos de sus ataúdes, nichos etc. al Palacio para su exposición. Llámenme como quieran pero este fue mi lugar favorito.
Lo primero que me llamó la atención fueron los ataúdes de metal.
Por lo que pude investigar después, se trataba de una costumbre arraigada en España desde ¡la época romana!, pues el metal, sobre todo el plomo, hacía ataúdes herméticos que protegían mucho mejor los cuerpos, hasta el punto de que ciertas leyendas hablan de cuerpos intactos al sacarse mucho después. En el contexto cubano, era cosa de las clases aristocráticas y se hacía especialmente pues el clima no ayudaba a la conservación de los difuntos. También era una medida de tiempos de epidemia pues la medicina hasta el siglo XIX creía que el mal olor que se generaba en los cementerios causaba enfermedades (que sí, pero no era por el olor precisamente).
Luego está el arte funerario al que estoy más acostumbrada: bajorrelieves en criptas y lápidas, coronas de flores de metal, vidrio y cerámica, y por supuesto las inscripciones. Habla mucho de la época, y estremece, ver tantas tumbas de niños.
Justo al lado está la sala estatuaria y lapidaria, que tiene más arte funerario en forma esta vez de bellas estatuas, y otras que se pensaban más para espacios públicos, etc.
Luego hay varias salas dedicadas a la vida colonial como tal. Comedores, baños, salas de estar, transporte, esas cosas. Las salas realmente buenas están en reparación. Pero ya iré y les contaré. He decidido contarles solo estas partes porque yo tengo un vínculo muy profundo con los cementerios (no, no soy gótica) porque mi mamá fue durante años historiadora en un cementerio patrimonial y yo solía pasar mucho tiempo ahí, aprendiendo todo sobre las artes funerarias.
En fin, visiten este museo, vale la pena.