Memories of Salt and Sand (English/Spanish)

Memorias de sal y arena (Ingles/Español)

¡riin, riin!

“Hola ¿quién habla?”

“¿Luis? Soy Marta la madre de Bartolo.”

“¡Oh! ¿Cómo esta señora Marta? Que gusto oírle después de tanto tiempo. ¿Está todo bien? ¿Cómo esta Bartolo?”

“¡Ay Luis! No sé cómo lo vayas a tomar, pero Bartolo murió. Por eso te estoy llamando”

Luis sintió que el tiempo se detenía, aquella noticia era como un golpe seco en su pecho. Intento tomar aire, pero le pareció que no había oxígeno a su alrededor. La sangre empezó a subir a su cabeza, le daba la impresión de que sus oídos iban a reventar. A lo lejos escuchaba la voz de la señora Marta.

“¿Luis? ¿Sigues allí?”

“Si, aquí estoy. Lo siento, esta noticia me toma por sorpresa”, lo dijo mientras de incorporaba y trataba de que no se le quebrara la voz.

“El velatorio será durante toda la noche en nuestra casa, la misa será mañana en la iglesia del barrio a las 8 am y después de la misa le llevaremos a enterrar. Espero que puedas venir, a Bartolo le habría encantado verte.”

“Sí, claro allí estaré. Pero ¿qué fue lo que le paso? ¿Cómo es que está muerto? Era un hombre joven ¿acaso estaba enfermo?”

“Nada de eso Luis, tú ya sabes cómo era Bartolo, nunca fue un chico normal.”

“¿Eso qué significa?”

“Que se suicidó.”

Luis se quedó atónito, no pudo decir nada y al otro lado del teléfono tan solo se oía el silencio. Se dio cuenta de que la señora marta había colgado la llamada, pero no le importo. Busco asiento y sostuvo su cabeza entre las manos, quería llorar pero no le salían las lágrimas.

Bartolo había sido un amigo incomparable, de esos que solo se consiguen una vez en la vida. En la secundaria era un chico muy delgado, con un temperamento dócil y la voz suave. Él y Luis acostumbraban a escaparse en la última hora de clases para ir a la playa, que quedaba muy cerca de la escuela. Compartieron decenas de tardes juntos, con los pies enterrados en la arena.

Bartolo se conmovía inmensamente cuando la tarde comenzaba a caer, era un chico sensible. Una tarde frente a la puesta de sol, cuando el mar tranquilo reflejaba el cielo naranja, Bartolo le dijo por primera vez a Luis que deseaba morir. En ese momento Luis pensó que tal vez bromeaba, pero esa fue la primera de muchas otras veces en la que el dolor consumía la vida de su amigo.

Luis se puso de pie y fue a la cocina a preparase una taza de té, no quería admitirlo pero las piernas le temblaban. El sonido del agua a punto de hervir le recordó la brisa del mar acariciando su cuerpo, pensó que hacía mucho no iba a la playa, desde que había terminado la escuela muchas cosas habían quedado atrás.

Cerro los ojos e intento recordar a Bartolo. Tenía la cara de un ángel, nunca dejaba de sonreír, tal vez por eso Luis nunca se había tomado en serio lo del suicidio. Golpeo con fuerza la encimera, ahora lo empezaba a atravesar la culpa, las preguntas se aglomeraban en su cabeza ¿Por qué no le creí? ¿Por qué no le ayude? ¿Pude haber evitado esto? ¿Qué clase de amigo fui?

Volvió a quedarse sin aire, ahora estaba un poco mareado, seguía sin poder llorar y sentía que el llanto lo ahogaba por dentro. Se recostó en el sillón rápidamente, pues creyó que se iba a desmayar. Solo podía recordar a Bartolo en la playa, haciendo dibujos y escribiendo frases en la arena, persiguiendo las olas y llorando un poco cuando la bellaza de la tarde inundaba sus ojos.

“No siempre quería morir”, dijo Luis en voz alta y le estremeció la fuerza con la que su voz retumbo en el silencio de su casa.

Se dio cuenta de que llevaba horas recostado en el sillón recordando a su amigo, ya casi era de noche y no se sentía bien para ir al velorio. Fue a la cocina y busco la taza de té que había dejado abandonada horas atrás sobre la encimera, ya estaba frio, lo bebió de un solo trago como si se tratara de una penitencia.

Se echó en el sillón y siguió recordando a Bartolo, juntos siempre habían hablado de la muerte con tanta naturalidad. Lo cierto era que a Luis le daba mucho miedo y le incomodaba el tema, pero nunca se lo hizo saber a Bartolo, pues a pesar de ser un chico menudo, para Luis siempre había sido increíblemente fuerte.

Se quedó dormido y soñó toda la noche con las olas del mar arropando la arena, en algunos momentos parecía que acariciaba dulcemente la orilla y otras veces eran como latigazos. Dentro del sueño estaba Luis sentado con los pies enterrados en la arena, tal como cuando era un muchacho, pensó que el mar se parecía mucho a Bartolo en sus días buenos y malos. Dependiendo del estado de ánimo, su amistad era como una dulce caricia o como un golpe de cuero en la carne.

Despertó muy temprano con los ojos húmedos. Se dio un baño, comió algo rápido y se marchó en su coche rumbo a la casa materna de su amigo Bartolo. En el camino pensó que la señora Marta no le había dicho la forma en la que Bartolo se había suicidado. Esto lo estremeció. De chicos habían hablado mucho sobre eso, en los días malos a Bartolo le gustaba conversar sobre las distintas formas en las que podía morir, Luis lo escuchaba atento, sentía mucho rechazo sobre esa idea pero al mismo tiempo veía que a Bartolo le tranquilizaba.

Paradójicamente la muerte era una esperanza para su amigo cuando la vida se derrumbaba sobre él. Así que Luis había aprendido a escucharlo sin juicios y a Bartolo le encantaba, porque Luis era el único que no lo hacía sentir como una decepción.

Luis freno en seco cuando frente al auto se atravesó un ciclista, quiso reclamar pero de inmediato noto que la luz estaba en rojo. Se disculpó apenado y se detuvo a un lado de la calle, respiro profundo, le pareció que escuchaba la voz de Bartolo en una de sus tardes en la playa.

“Es aquí donde quiero morir, viendo el mar anaranjado en la puesta de sol. Que el mar me arrope como arropa a la arena.”

Le sorprendió que aquel recuerdo fuera tan nítido, la voz de Bartolo tan clara en su cabeza. Pensó que tal vez Bartolo había encontrado la muerte que quería, de alguna extraña forma esto lo consoló. Se tranquilizó antes de seguir andando, trato de no pensar más, pues no era seguro conducir así.

Cuando por fin llego al velorio se dio cuenta que había mucha gente, se topó de frente con la señora Marta, los dos se abrazaron pero no fue reconfortante, fue como uno de esos abrazos sin vida, en donde sientes que te estas aferrando a la pared. La señora Marta parecía más molesta que entristecida, a Luis no le sorprendió, ella nunca había comprendido a Bartolo, siempre vivió molesta, pero lo que en realidad la frustraba era no tener como ayudar a su hijo.

Luis se acercó a la urna con miedo, tenía años sin ver a su amigo y ahora tendría que reencontrarse con una imagen marchita. Sus ojos se encontraron con una imagen bastante distinta a la que el recordaba, Bartolo se había convertido en un adulto, un poco gordo, algunas canas se asoman en el cabello. Había cambiado mucho pero seguía pareciendo un ángel, el gesto de bondad nunca había desaparecido, incluso después de la muerte.

“Cambio muchísimo en todos estos años, tanto que por un momento llegue a pensar que no lo perdería”, la voz de la señora Marta lo arranco de su contemplación.

“Si, en la escuela era mucho más delgado, se me hace extraño verlo hecho un hombre adulto.”

“Empezó a engordar después de que se casó, es normal en los hombres.”

“¿qué? ¿Bartolo estaba casado?”

“Así es, casado y con un hijo.”

Esto desencajo por completo a Luis, al mismo tiempo una alegría recorría su interior. Siempre pensó que Bartolo había tenido una vida triste y miserable, pero aquello lo reconfortaba, tener una familia cambiaba todo.

“¿puedo conocer a su familia?”

“Vamos, te los presentare.”

Luis conoció a la esposa de Bartolo, una mujer joven y hermosa. Lloraba desconsolada, le dijo a Luis cuanto amaba a su amigo y cuanto él la había amado.

“Era el mejor hombre, el mejor padre y esposo.”

“¿Cómo murió?”

“Fue con pastillas, lo encontramos en su estudio unas horas después. Nadie se lo imagino, nos tomó por sorpresa a todos.”

“Me gustaría conocer a su hijo.”

“Está en el patio, te gustara conocerlo, es igualito a Bartolo.”

Mientras caminaban hacia el patio Luis se sintió devastado porque la muerte de su amigo no había sido la que deseaba. Morir en un estudio, sobre un escritorio, lejos del mar que amaba. Cuando llegaron a donde estaba el chico la esposa de Bartolo los presento.

“Cariño, quiero que conozcas a un amigo de tu padre.”

“Mucho gusto pequeño, me llamo Luis, tu padre y yo fuimos grandes amigos.”

“Hola, yo también me llamo Luis, es una extraña coincidencia.”

“¿Cuántos años tienes Luis?”

“Tengo 11. ¿Dices que eras muy amigo de papá?”

“Si, lo fuimos en la escuela, él me enseño muchas cosas. Lamento mucho que ya no este.”

“No hay nada que lamentar, mi padre fue el hombre más feliz del mundo.”

“¿Lo fue?”

“así es, por eso le costaba un poco estar en un mundo tan triste. Me consuela pensar que ahora está mejor.”

Luis no pudo evitarlo y rompió a llorar, por fin el llanto en su interior se había desbordado, quería disimularlo pero las lágrimas caían de sus ojos por más que él se negara. El chico observa a Luis con compasión, era extraño porque tal vez debía ser al contrario, pero el hijo de Bartolo estaba tranquilo.

“Mañana iremos a la playa ¿te gustaría venir con nosotros? Era el lugar favorito de papá, iremos a despedirlo.”

“Claro que me gustaría, dime a qué hora y allí estaré.”

“Al atardecer, amaba la puesta de sol. Pero eso tú ya lo sabes, fuiste su primer Luis.”

Luis quedo estupefacto, en ese momento comprendió que Bartolo había atesorado durante todo ese tiempo los recuerdos de sus tardes en la playa, tanto que se las había transmitido a su hijo. Por primera vez desde que recibió la noticia de la muerte de Bartolo se sentía conforme, su amigo había tenido una gran vida y aunque la muerte siempre es desafortunada, tendría que vivir recordándolo como lo que fue: un chico maravilloso, feliz, enamorado del ocaso, del mar y la arena.