
Empty chairs

Dad loved Christmas, he was a fanatic about it, so since September we started buying the decorations, toys and gifts, also the food for dinner.
At home they used to have a feast on December 24. The family would sit around a dining room with 12 chairs. The food (hallacas, ham bread, salad, asado and dulce de lechosa) was abundant in case someone arrived unexpectedly. The tree was also filled with toys that we would hand out to children passing by on the street after midnight.

So the tree was not put up and there were no presents. The lights were left in a box and the nativity pieces were still full of dust. Mom had no soul to make the hallacas, a cake made of flour, meat and wrapped in banana leaves, and we, her daughters, had no enthusiasm to decorate the house either.
On the morning of the 24th, my mom decided:
_I'm going to sleep early tonight. I don't know what you will do, but I want to sleep.
_We'll do the same," we all said, convinced that the pain would be lighter if our eyes were closed.

_Your dad liked Christmas. Surely he wouldn't have liked it if you spent Christmas crying.
At that statement, I couldn't say anything. My aunts left the things they had brought on the table and went into the room where my mother was. At that precise moment there was another knock on the door and when I saw my father's cousins and nieces were at the entrance. Apparently, they had all agreed to visit us.

Everyone would get up and take something from the table and share it among themselves or take a tray and leave it in the center of the room for everyone to help themselves. Although the table was laden with food, the chairs were empty. No one sat in them.
At the end of the evening, when everyone left and we were left packing up and tidying things away, I had a fleeting glimpse of my father. I will never forget it. It was the first time I had seen him after he was dead. I saw him clearly in my mother's small smile, who from then on began to mourn him less often; I saw him in the bustle of the street, in the faded walls of the house, and most especially, I saw him in those empty chairs where my father would never sit again.

All images are taken from Pixabay and the text was translated with Deepl.

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Sillas vacíasQuién lo habría dicho que tres meses después de su muerte, se celebraría la navidad. A pesar del dolor alojado en nuestra alma, a pesar del llanto continuo y sin consuelo, la ciudad se llenó de fiesta para celebrar tan emblemática fecha. Ajena a nuestra tristeza, la ciudad siguió su andar bullicioso, con sus bombillos de colores, la música decembrina y las compras apuradas de última hora. Sin embargo, mi casa, desde la muerte de papá, seguía apagada, como nosotros.
A papá le encantaba la navidad, era un fanático de ella, por lo que desde septiembre se comenzaba a comprar los adornos, los juguetes y regalos, también la comida para la cena.
En casa se solía hacer un banquete el 24 de diciembre. La familia se sentaba alrededor de un comedor con 12 sillas. La comida (hallacas, pan de jamón, ensalada, asado y dulce de lechosa) era abundante por si llegaba alguien de manera inesperada. El árbol también se llenaba de juguetes que repartíamos a los niños que pasaban por la calle, luego de las 12 de la noche.
Pero después de la muerte de papá, nadie tuvo ganas de nada. Pasábamos los días durmiendo, sin mirarnos a la cara, caminando como sombras que van y vienen. Todo el protocolo navideño, implementado por muchos años, pasó al olvido. Mi papá era el alma de la fiesta y en su ausencia, no valía la pena el esfuerzo.
Fue así que no se armó el árbol y tampoco hubo regalos. Las luces quedaron en una caja y las piezas del nacimiento siguieron llenas de polvo. Mamá no tenía alma para hacer las hallacas, un pastel hecho de harina, carne y envuelto en hojas de plátano, y nosotras, sus hijas, tampoco tuvimos entusiasmo para decorar la casa.
El 24 por la mañana, mi mamá decidió:
_Esta noche me duermo temprano. No sé qué harán ustedes, pero yo quiero dormir.
_Haremos lo mismo -dijimos todas convencidas de que el dolor sería más leve si teníamos los ojos cerrados.
Yo estaba en mi habitación cuando escuché que tocaban la puerta de la entrada. Vi por la ventana y estaban dos tías, hermanas de mi padre, afuera, esperando. Les abrí y ellas entraron: traían hallacas y panes, también una ensalada. Sin que pareciera un insulto, les comenté que en casa no había ánimo de celebración y que madre ya estaba durmiendo. Triste, una de mis tías dijo:
_A tu papá le gustaba la navidad. Seguramente a él no le habría gustado que pasaran la navidad llorando.
Ante aquella afirmación, no pude decir nada. Mis tías dejaron las cosas que habían traído sobre la mesa y entraron al cuarto donde estaba mi madre. En ese preciso instante tocaron nuevamente a la puerta y cuando vi: unas primas y unas sobrinas de mi papá estaban en la entrada. Por lo visto, todos se habían puesto de acuerdo de visitarnos.
No sé en qué momento la casa se llenó de gente. La mesa estaba llena de comida que cada persona trajo. Todos nos sentamos informalmente en la sala, unos en sillas, otros en el sofá y la mayoría en el piso. Mamá estaba en una esquina y aunque se veía triste, conversaba con todos. Los temas de conversación variaban, pero siempre hablábamos de mi padre: cómo era mi padre cuando niño, cómo era mi padre de joven, cómo era mi padre ya viejo. Los ojitos de mi mamá brillaban no sé si por las lágrimas contenidas o por tantos recuerdos.
Cada quien se levantaba y tomaba algo de la mesa y lo repartía entre todos o tomaban una bandeja y la dejaba en el medio de la sala para que cada quien se sirviera. Aunque la mesa estaba repleta de alimentos, las sillas estaban vacías. Nadie se sentó en ellas.
Al final de la noche, cuando todos se fueron y nosotras nos quedamos recogiendo y acomodando las cosas, tuve una visión fugaz de mi padre. Nunca la olvidaré. Fue la primera vez que lo vi ya estando muerto. Lo vi clarito en la pequeña sonrisa de mi madre, que a partir de ese momento lo comenzó a llorar más espaciadamente; lo vi en el bullicio de la calle, en las descoloridas paredes, en aquellas sillas vacías donde mi papá jamás volverá a sentarse.