Once we told dad that a group of boys were teasing my uncle and although my uncle denied it, dad went to talk to the group of boys and they promised not to tease him anymore. But it was untrue: they kept on teasing him and now they were teasing him worse. Still, my uncle seemed unperturbed, as if he didn't really hear what they were saying. They went on like that for many months: making fun of where my uncle came from and what he looked like.

What came next no one would have imagined. Or suddenly they did, because there is a saying that the pitcher goes to the river until it breaks. So one day, on our way home from school, a boy added fuel to the fire:

"Fo. It smells like cow dung" - and then he spat near my uncle's feet. At that moment I saw my uncle let go of my hand and grabbed the boy with both hands and lifted him onto his shoulders. We all screamed because we understood my uncle's intention: to smash him to the asphalt. But my uncle realised that we were afraid and put the boy back on the ground. Then he took us by the hands and we went home.

After that, my uncle didn't take us to school anymore and after a few months he went back to the countryside. I remember that when he said goodbye to us, he said it with a smile. He looked so happy to be back, and now that I think about it, maybe that earthy smell was because uncle Cristóbal was a tree, a tree that had been uprooted from its land and that silently longed for its roots. A tree that was drying up in the city.

Thank you for reading and commenting. Until a future reading, friends

The main image is free to use and edited in Canva, and the text was translated with Deepl Translate.

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Deja quieto lo que está quieto
Lo recuerdo claramente cuando llegó: su ropa era vieja, descolorida, y de su piel brotaba un olor a tierra; también era muy callado y tenía una mirada esquiva. Llevaba una bolsa plástica entre sus manos donde llevaba un pantalón, una camisa y un cepillo de dientes: ese era su único equipaje. Mi padre lo presentó:
_Este es su tío, mi hermano menor. Se llama Cristóbal – nos dijo y como se acostumbra en nuestro país, le pedimos la bendición.
_Bendición, tío –dijimos todas y él solo murmuró algo entre dientes. Sus ojos parecían al de un animalito asustado y huidizo. Papá, intuyó su recelo y como si tratara a un niño pequeño, le aseguró poniéndole la mano en el hombro:
_Cristóbal, estas son tus sobrinas. Somos tu familia. Esta es tu casa. Aquí puedes estar tranquilo.
Mi papá le había prometido a mi abuela y a sus hermanos, cuando se fue de la casa materna, donde se había criado, que luego que encontrara trabajo en la ciudad y tuviera casa propia, los ayudaría a salir del campo para que ellos también pudieran vivir de manera diferente.
Primero se había traído a mi abuela, la mamá de mi papá, la cual vivía con nosotros. Luego se trajo a sus hermanas, una a una, y fue buscándole trabajo en casa de familia, limpiando y cocinando, y ya mis tías no vivían en nuestra casa. También hizo lo mismo con los hermanos varones y mi tío Cristóbal era el que faltaba.
Por ser el más pequeño de sus hermanos, papá trataba a mi tío Cristóbal como si fuera un hijo. Le decía que lo ayudara en todo: a arreglar el techo, a cambiar los cables de la electricidad, a empujar el carro. Mi tío Cristóbal, acostumbrado a las faenas del campo, era muy fuerte. Era tan fuerte como callado. Apenas hablaba con mi papá y cuando hablaba era recordando el campo:
_Yo allá me levantaba temprano y me ponía a limpiar el terreno para cosechar maíz y yuca. Si vieras cómo tengo hectáreas de matas de maíz, yuca y tomates –decía mi tío Cristóbal mirando el infinito como si pudiera ver, allí mismo, toda su cosecha.
Papá había intentado buscarle trabajo, pero como mi tío eran introvertido y muy tímido, solo duraba poco en los trabajos, porque los jefes decían que mi tío no entendía de máquinas porque era un campesino que nunca había estado en la ciudad.
Entonces papá decidió, que mientras mi tío se acostumbraba a algunas cosas, lo ayudara en los trabajos de la casa. Fue así que mi tío comenzó a buscarnos al colegio, que quedaba cerca de la casa; también cortaba las matas, lavaba el carro y así hacía cosas muy puntuales.
Cuando mi tío nos iba a buscar al colegio y veníamos de regreso, siempre, un grupo de muchachos que se apostaba en una de las esquinas, le gritaba:
_¡Campesino, burro viejo! –decían y se reían. Nosotras veíamos a mi tío, un joven de unos 20 años, bajar la cabeza y seguir de largo. Jamás se detuvo, ni dijo nada.
Otras veces, le gritaban:
_No hablas porque no tienes dientes. Eres un indio y te falta el guayuco.
Una vez nosotras le dijimos a papá que un grupo de muchachos molestaban al tío y aunque mi tío lo negó, papá fue a hablar con el grupo de muchachos y le prometieron que no se burlarían más de él. Pero fue falso: siguieron con las burlas y ahora eran burlas peores. Aún así, mi tío parecía imperturbable, como si realmente no escuchara lo que le decían. Así estuvieron por muchos meses: burlándose de la procedencia de mi tío y de su aspecto.
Lo que vino después nadie se lo hubiese imaginado. O de repente sí porque hay un dicho que tanto va el cántaro al río hasta que se rompe. Por eso un día, mientras volvíamos del colegio, un muchacho añadió más leña al fuego:
_Fo. Huele a bosta de vaca –y luego escupió cerca de los pies del tío. En ese instante vi cómo mi tío soltaba mi mano y agarraba al muchacho con sus dos manos y lo alzaba sobre los hombros. Todos gritamos porque entendimos la intención de mi tío: estrellarlo contra el asfalto. Pero mi tío se dio cuenta que teníamos miedo y volvió a dejar al mucho en el suelo. Luego nos tomó de las manos y nos fuimos a casa.
Después de eso, mi tío no nos llevó más al colegio y a los meses se volvió al campo. Recuerdo que cuando se despidió de nosotros, lo hizo con una sonrisa. Se veía tan feliz de regresar, que ahora que lo pienso, tal vez aquel olor a tierra era porque tío Cristóbal era un árbol, un árbol que había sido arrancado de su tierra y que en silencio añoraba sus raíces. Un árbol que en la ciudad se estaba secando.