El viejo árbol de la sabiduría despertó después de 500 años de reposo. Observó a su alrededor y no podía creer que una criatura tan pequeña fuera la responsable de su brusco despertar.

Sentada entre sus ramas altas, estaba una pequeña niña de 9 años. El sabio árbol la observó largo rato y por fin le preguntó ¿qué estaba haciendo?

La pequeña miró unos segundos el gran ojo que salía de entre las ramas y continuó con una expresión de ocupada en su labor. Con un hilo dorado, que había tomado del cajón de costura de su madre, estaba amarrando fuertemente las hojas de aquel árbol.

-No quiero perderlo, haré lo que sea para que esté bien- dijo ella dulcemente.

El árbol se sentía confundido y exigió una explicación más certera. La pequeña, sin detener su trabajo, pues ya quedaban pocas hojas en aquellas ramas antiguas, le contestó:

-Mi perro es mi mejor amigo, el que se enfrentó a una serpiente que reptó hasta mi cuna cuando yo era una bebita. Mi perro me defendió de unos abusadores en la escuela, me acompaña a todas partes y me cuida. Es el amigo más fiel y cercano que tengo y no lo quiero perder.

-Y ¿Por qué sujetas mis hojas? ¿No quieres que termine el otoño?- dijo el árbol con voz ronca.

El veterinario me dijo que mi pobre perro está enfermo y que tal vez cuando caiga la última hoja de este árbol ya no estará más conmigo.

El árbol se sintió conmovido, él que pensó que lo sabia todo, y decidió ayudar a la niña a sujetar sus hojas y juntos vieron como el milagro de vivir le era concedido al canino que se encontraba reposando en una cesta caliente en la casa de la niña.