
Nacho, el estruendo noble de mi vida
De la unión entre un margariteño y una carupanera nació el hombre que me dio la vida: mi papá, conocido por casi todos como Nacho, desconociendo que su verdadero nombre es Héctor Ignacio, hombre de carácter fuerte, imponente como un huracán oriental, terco como una piedra de río, pero también genuinamente amable, alegre y entrañablemente amoroso, un cóctel explosivo de virtudes y defectos que, al final del día, siempre termina dándote un beso, un abrazo y una palabra que se te queda grabada en la mente.
Trabajó durante años como técnico en telecomunicaciones en la compañía telefónica del país, de donde también salió con el beneficio de jubilación. Fueron muchos años de experiencias y aprendizajes lo que lo convirtió en una especie de leyenda local que se mantiene hasta el día de hoy; por donde pasaba dejaba su huella, ayudaba a medio estado a solucionar la averías y si podían en otras cosas también lo hacía, se hacía amigo de muchos, y sí, también dejó amores porque para enamorado él, imagino que también decepciones, como todo aquel que ha vivido intensamente como él. Aun así, su popularidad es innegable, salir con él es detenerse cada tres minutos para saludar a alguien; Nacho no pasa desapercibido y ni lo intenta, más bien creo que es su naturaleza.
Dicen quienes lo conocen desde hace mucho que es cómico, hasta payaso a veces, especialmente cuando andaba de tragos con los amigos en su juventud. Yo no tengo memoria de eso, era muy pequeño, quizás, pero no me cuesta imaginarlo, ese hombre vivaz, haciéndose el gracioso, arrancando risas mientras suena la música, porque eso sí, cómo baila el chiquitín ese y después él suelta un chiste tras otro.
Como padre fue, y sigue siendo, estricto, de esos que primero regañan, alzan la voz que hasta miedo da, pero que terminan con una caricia, una palabra sabia y el inevitable beso en la frente. Es escandaloso, eso no se discute, puede estar a metros y todos ya saben que llegó. Dice que no pelea, que solo habla fuerte, pero con él nunca se sabe, su voz retumba más que su estatura. Es inquieto, no puede quedarse quieto, y espera que todos sigamos su ritmo, lo que en ocasiones es molesto. Manda, ordena, resuelve, y aunque a veces parezca una tormenta, también es el refugio.
Mi papá no es perfecto, creo que está lejos de serlo, pero es auténtico, comprensivo y muy amoroso. Su amistad es, de verdad, de esas que se cultivan y se cuidan con los años. Eso lo puedo jurar porque lo he visto ser más que amigo, un hermano con esa gente que no lleva su sangre. Ha hecho cosas buenas, tantas, que aún conserva amistades que lo quieren de verdad, lo estiman y lo aclaman; puede parecer duro como una roca, muchas veces su rostro asusta porque sus facciones no son las mejores, pero debajo de esa coraza gritona y regañona hay un corazón inmenso, de esos que laten fuerte como su voz y tiene mucho amor para dar.