Desde la esquina Silvana escucha los gritos de las mujeres
-Espavientosas que son, se dijo.
Cruzó el chal sobre los hombros y antes de entrar al salón tenía a las vecinas abrazadas.
-Tan bueno que era, recuerdo la rana que me sacó del cuarto, dijo una.
-Tan servicial, siempre ayudando con las bolsas, balbuseó otra.
Silvana se mantuvo impavida, hace un año no le ve la cara y no tiene intenciones de verlo ahora después de muerto.
Ocupó uno de los balances destinados a los familiares y solo levantó la vista para mirar a Nuria.
Ella tampoco echó una lágrima, estaban juntas en aquella fiesta cuando él la invitó a bailar y la toqueteo toda; como era la prima no le formó algarabía.
Nuria le contó que no había olvidado los dedos de aquel asqueroso entre los muslos y el miembro duro rosando su vientre. Callaron el incidente para no avergonzar a la familia, pero pasaron años repitiendo: -Ojalá se muera.
Sus ruegos no fueron escuchados, duró séis años más manoseando y mirando a todas aquellas mujeres por las rendijas de las puertas hasta que le dio el infarto.
A la hija de Utra le gustaba que la miraran y él le tenía calculada la hora del baño. Ella se deleitaba en hacer espuma en los senos luego en la entrepiernas, dando tiempo a que él terminara su parte. Se emocionó demasiado y le partió el corazón. .
Los últimos años él y Silvana durmieron separados. Siempre se desvelaba a las 2 de la madrugada, salía a fumar y se demoraba veinte minutos, lo suficiente para mirar a la parida de al lado mientras lactaba. Silvana lo aguantó hasta que el hijo estuvo en el Ejercito, al otro día recogió y se fue con Prudencio, el tractorista.
Silvana mira a todas las rescabuchadas en el lloriqueo. Está allí porque su hijo le pidió: -Ve mami, hazlo por mi.
-No lo hubiese complacido sino fuera porque sé donde está escondido su dinero.