Tras los pasos de la vieja, hasta una oscura estancia. El ambiente enrarecido: mezcla de humedad, moho, resinas y hierbas quemadas.
Entre penumbras, reconoció una gran mesa quizás de mármol. Una innumerable colección de recipientes de todas las formas imaginables, se amontonaban en aparente desorden, por aquí y por allá. El agonizante fuego en la chimenea le enseñaba, titilante, lo que conocía de aquel lugar.
—Niña, ¿Has traído todo lo que te pedí que trajeses? —sus ojos avariciosos.
—Sangre menstrual y una hostia consagrada —acercando un hatillo a la vieja.
—Bien, veamos… Ahora ¡Págame! —extendiendo ambas manos.
—Tenga —un pequeño sobre en su mano derecha—. Cuéntelo, por favor.
—No es necesario, no te atreverías —indulgente—. ¡Desnúdate!
—¿Cómo? —sorprendida.
—Sí. Niña, tu cuerpo desnudo forma parte del ritual.
Dubitativa fue desprendiéndose de sus ropas. Se sabía hermosa: sus pechos opulentos, impecables; sus caderas de una maravillosa pureza de líneas; su piel blanca, nívea. Sentía la mirada envidiosa de la vieja, que parecía ansiar para sí lo que en ella veía.
—Túmbate sobre la mesa bocabajo, las nalgas hacia el fuego —Obedeció—. Abre un poco las piernas…
La vieja entono una cancioncilla en una lengua extraña y comenzó a golpear sus posaderas con ambas manos. El cántico cesó, la azotaina también. Colocó una tabla sobre su espalda, los bordes rugosos arañaban sus glúteos. Sobre la tabla un hornillo. Sobre el hornillo un pequeño caldero.
—Relájate. No querrás que este precioso cuerpo tuyo sufra ningún daño —laboriosa iba añadiendo, de uno en uno, los ingredientes necesarios.
Una sonrisa se dibujo en su cara. La estampa se le antojo cómica: desnuda, bocabajo, una vieja cocinando sobre su culo. «Si ahora mismo entrase alguien aquí».
Su sonrisa mudó a una mueca al acordarse de porque estaba allí. Estaba allí para satisfacer un deseo angustioso… deseaba: ¡Venganza!
Recordaba los sucesos que la habían llevado hasta allí, en realidad habían ocurrido hacía nada…
Frecuentaba un local donde mantenía cierta complicidad con la camarera. Charlabamos más sobre lo humano que sobre lo divino.
—Esos dos no te quitan ojo. El más atrevido viene para aquí —entre risas.
—El atrevido sí, pero no el guapo. ¡Bebida gratis!
—Lo de siempre, ¿no? —asentí…
—No te había visto nunca, ¿Vienes mucho por aquí? —«Mentiroso».
—Es la primera vez que vengo —«Quién roba a un ladrón…».
—¿Quieres tomar algo? —«Me muero por una copa».
—No sé. Vale, gracias. —«A partir de ahora solo monosílabos —sí, no— y largos silencios»…
—Un placer conocerte, mi amigo se va, hasta la próxima —«Pesado»…
La camarera trajo dos bebidas y las colocó cerca de mi copa vacía.
—No he pedido nada —«¡Calla!, tonta» —dijo con un guiño.
—Perdón… —Unos alegres ojitos azules me miraban curiosos.
—¿Haces esto a menudo? — dije divertida. No supo o no quiso contestar—. Sobornar a la camarera.
—¡Ah! Sí. La camarera busca niñas y yo abuso de ellas…
—Entonces; estoy a salvo, no soy ninguna niña.
—Tu copa está vacía…
—No pidas nada, podemos compartir —dije, jugando con mi copa vacía.
—No he venido solo… — Lo seguí con la mirada hasta una mesa dónde lo esperaba una rubia escotada. «He sido bastante clara —demasiado— si quiere ya me buscará».
Inquieta, no hacía sino pensar en él.
Le obsequiaría con mi indiferencia, no quería parecer vulnerable…
La rubia, ¿sin él?
Lo buscaba con avidez cuando una voz me susurro al oído: «Te espera afuera» —la camarera sonriendo cómplice.
Salí a la calle y no lo encontré…
—Ha funcionado. Ignorarme ha aumentado mi interés… —desde el fondo del oscuro callejón.
Me agarró por las muñecas y me arrastró hasta que estuvimos cara con cara.
—Ambos sabemos jugar a esto —Me colocó de espaldas a él y con su cuerpo me empujo contra una de las paredes—. ¡Quieta! —ordenó, mientras me obligaba a levantar los brazos y los aprisionaba contra la pared—. No te muevas.
Levantó mi vestido. Recorrió despacio los bordes de mis bragas y tiró de ellas; las braguitas descendieron hasta los muslos. Sentí su miembro duro, caliente posarse sobre mi cuerpo.
Una de sus manos recorría el surco entre mis nalgas; un dedo se hundió profundo en mí, haciéndome temblar. La otra mano se apoyo en mi espalda presionando con fuerza, obligándome a elevar la grupa.
Su pene me penetró casi en vertical, se introdujo en su totalidad dentro de mi vagina; realizando una ligera pausa al final, ambos suspiramos.
Sus acometidas suaves, profundas.
Ese dedo que exploraba mis entrañas, forzaba a mi cuerpo a oscilar presa del frenesí.
Apoyé con fuerza las manos contra la pared.
—He dicho ¡quieta! —con mi travesura provoqué que el ritmo se tornase endiablado. Ese caprichoso dedo me abandonó, mientras él eyaculaba generosamente.
Me costó recuperar el aliento. Al darme la vuelta, mi amante enigmático no estaba.
Quién era este hombre que parecía conocerme tan bien. Acaso él sabía que yo me satisfacía imaginando que me tomaban así: en un callejón oscuro contra la pared.
Al día siguiente, fiesta de guardar, volví a mi local favorito.
Al fondo de la barra, la camarera charlaba animada con un cliente. ¡Era él! ¿Se conocían? Dirigí mis pasos a su encuentro.
—Anoche lo pasaste bien, ¿no? ¡Zorra! —dijo ella, mirándolo a él fijamente.
—¿Qué pasa aquí? —acerté a decir.
—Cariño, ¿Te gusta tu nuevo juguete? —ignorándome.
—¡Oh! Sí querida. ¡Mucho!
Enmudecí, ¿no había sido más que un ardid de esta fulana? ¡Era víctima de las diversiones entre una pareja de depravados!
—Ahora me toca jugar a mi con nuestra muñequita. ¡Noche de chicas! —Con un gesto de aprobación, él nos dejó a solas—. Si eres buena. Si te portas bien. Dejaré que juegue contigo cuando tú quieras…
Entonces sucedió, fue como si alguien apagase la luz un instante para volverla a encender: El contenido de un vaso de la barra terminó en su cara. Le dediqué una mirada furtiva de desprecio y me marché sin que pudieran impedírmelo.
Un profundo sentimiento de impotencia arañaba mis entrañas. A los segundos, la impotencia se transformó en una ira incontenible: La seguiría… Le quemaría la casa… ¡Mataría a sus hijos! A los minutos, la ira reposo en odio: ¡Pagarían!, tanto por lo que me habían hecho como por lo que pensaban hacerme.
Una idea inquietante, perversa fraguó en mi mente. Sabía lo que hacer. Me vengaría, tendría mi revancha.
Un sonoro azote la devolvió a la realidad…
—Esto ¡ya está! —La vieja retiro el caldero, el hornillo y la tabla—. Ten, sujeta —De pie, ya vestida. Obedeció.
—¿Qué es esto?
—Papiro virgen —Embaló con esmero una generosa cucharada de cocinado del caldero—. Has de llevar esto siempre contigo, y la noche de San Juan arrojarlo a una hoguera; mientras piensas en el desgraciado al que quieres maldecir. ¿Lo has entendido? Maldito no conocerá hembra; no habrá mujer que levante esa liebre.
Media