Lo volví a ver. Caminando por la calle. Ausente.
Instintivamente alteré mi rumbo, fijando una trayectoria de colisión.
Disminuyo el paso, se encontraron nuestras miradas.
—¡Guapo!… ¿Una mamada?
De forma instantánea, como activado por un resorte.
—Tú no eres prostituta.
—No, yo… ¡quiero estar contigo!
Nos besamos, un beso largo, dulce…
Recuerdo su traviesa lengua. Y el calor de sus manos abarcando mis pequeños pechos. Y la presión bajo mis nalgas. Y el furor húmedo entre mis piernas. Y el escalofrío con su saliva en los derredores de mi ano. Y su rítmica respiración. Y su boca buscando mi boca…
Sin lugar a dudas, lo recomendaría a mis amigas.
Media