Frente al espejo, observaba con detenimiento la caída de sus orejas.

―¡Caray, ya me está llegando el viejo! Exclamó al escrutar el doblez fino de pellejo en su papada. Entonces, haló los lóbulos, hacia al cielo, y tensando el rostro desaparecieron algunos años como por obra de magia.

El frío colado en el baño lo estremeció sobremanera. La luz, también álgida, pero intensa como el sol al mediodía, revelaba el avance lento y sin pausa de los estragos del tiempo. La nostalgia por el futuro lo invadió. Vio a su padre en él. Pensamientos ocultos que calló por prudencia, y que ahora le gritaban en silencio, llegó tu hora.

Abrió el grifo, e inclinó la cabeza para mojarse la cara. Miles de espinas gélidas, lo hicieron sollozar. No obstante, las líneas de expresión, imperturbables, soportaron los embates del agua a pesar del cierre de los poros. Y allí, de nuevo, la imagen de la inminente marchitez. En cambio, por dentro, en el interior etéreo de su ser, se sentía incólume como siempre, añorando un mejor porvenir.

―¿Quién diría que estaría aquí? Se preguntó en silencio, dejando escapar de la mente la validación de lo perentorio. ―¡La vida es más breve de lo que imaginé! Allá, cuando mis ojos brillaban con intensidad ingenua, y mi tez, aún impoluta, conociera los granos y las máculas a sus pasos.

El instante eterno lo dominó, y lo externo dejó de importarle. Develó sin proponérselo el alma ante el espejo, y una sucesión de semblantes, como apañados en un gran guardarropa, emergió de súbito. Pasado y futuro, fundidos en la consciencia del presente, contenían las alegrías y las tristezas encadenadas de múltiples encarnaciones, atuendos elegidos para las ocasiones.

―¿Por qué y para qué? Gritó con desenfado en las profundidades de su ser. Mientras tanto, a fuera, todo mantenía la apariencia en virtud de las leyes universales de la supuesta realidad.

De repente, el sentimiento de nostalgia por lo vivido, eclipsó el viaje trascendente y espontáneo, iniciado en el espejo, trayéndolo de nuevo al atuendo elegido en esta oportunidad para experimentar la verdad, su verdad. Sí, comprendió que su traje, con signos visibles de deterioro, tan solo empezaba a anunciar la eventual renovación del ropaje, en un periplo aún por desentrañar.

―¡En verdad, todavía no estoy tan viejo! Sonrió, dispuesto a disfrutar el presente, sin añorar lo que vendrá. En ese instante mostró destellos de una lozanía que trascendía lo físico.