El agudo chirrido del incipiente tinnitus apareció justo en la noche cuando recibió la gran revelación.

Agur, acostado en la oscuridad sobre la fría cama, no podía conciliar el sueño a pesar del agotamiento por la intensa faena en la granja. Miraba al techo, mientras sus ojos se aclimataban en forma paulatina. El zumbido permanente lo alteró, y pronto la ansiedad lo atrapó. Intentó con ambas manos tapar sus oídos, pero era inútil. Recordó el consejo de un yogui errante sobre lo benéfico de la meditación con base en hacer consciente la respiración. ¿Qué podía perder? La cordura. Entonces, cerró los ojos y auscultó los latidos del corazón.

Con cada respiración, percibió el golpeteó interno ensamblándose como un tambor al sonido de una dulce flauta. Y de repente, se vio desde el techo a sí mismo. El susto le sobrevino, mas recobró la calma al ver el rostro de aquel místico itinerante, con quien había hablado hacía una semana, junto a él. Pensó, «estoy solo soñando».

―¡Agur, no es un sueño! Por favor, acompáñame, y te mostraré tu verdadero origen.

Ambos entraron en un torbellino de colores pasteles. Primero el verde, de seguido el azul, y el blanco generó un envoltorio a su alrededor de tonalidades rosa, celeste, verde menta y lavanda. El espacio y el tiempo eran uno, indivisibles. Las paredes cóncavas se tornaron traslúcidas, permitiendo ver un paisaje exuberante.

―¿A dónde me trajiste?

Bajo ellos, una ciudad radiante, abarrotada de vida. Personas con extrañas vestimentas deambulaban con azoro hacia vehículos flotantes.

―¿Parece que todos tienen prisa? ―exclamó Agur ante, el ahora, serio guía.

―Sí, tienen mucha prisa.

―¿Acaso, huyen?

―Sí, de sus acciones ―. Sentenció, inexpresivo, el yogui.

―¿Qué han hecho para tanta alharaca?

―Paralizaron el núcleo del planeta, y pronto todo yacerá bajo la mayor hostilidad para la vida de la tercera dimensión.

―¿Qué podemos hacer para evitarlo?

―Nada en esta línea de la realidad.

Agur observó cómo los vehículos surcaron el cielo hasta llegar a un cuerpo estelar grisáceo próximo y orbitando.

―¡Un momento Yogui! ¿Estoy equivocado? ¡No es esa nuestra luna! ¿Qué broma de mal gusto es esta? ¿Cuándo será esto? ¡Sí, de seguro estoy soñando! ―, gesticuló fuertemente sobresaltado.

― ¡Tranquilo! Observa.

Suspendidos en el espacio, vio que, en la luna, el trajín era muy intenso. Los vehículos entraban por los cráteres al interior de la misma. En el planeta, grandes explosiones en los polos. Quizás, los últimos intentos para revivirlo. Empero, fue infructuoso. Se preguntó cuántos todavía permanecían allá abajo. Vivían un apocalipsis terrible, una extinción masiva y súbita. La muerte de todo un planeta.

Entonces vio a la luna abandonar la órbita de la tierra, en dirección al sol.

―¿Qué horrible futuro nos espera? —lamentó Agur.

―Espera, mi amigo y viejo enemigo.

Agur observó el rostro curtido por el sol del yogui. Intrigado por la paradoja de la amistad que acababa de escuchar. «¿Cómo puede surgir la amistad de un enemigo?», pensó, ruborizándose ante la posibilidad de que el yogui hubiera escuchado sus pensamientos.

―No temas, Agur. El pasado ya lo fue. Al menos, en esta variante de la realidad ―. Acotó el yogui al filo del pensamiento de Agur.

―¡No puede ser!, ¡esto sí es una locura!

La luna estacionó alrededor de un planeta azul. Agur reconoció enseguida a su hogar. Aunque la forma no era exactamente como la reflejaba las fotografías de los vuelos de las misiones Apolo de la NASA.

―¿Yogui, eres un marciano?

―No. Soy uno de los descendientes de los pocos que escaparon cuando tus antepasados invadieron mi planeta, y que ahora, luego de años de ascensión en la quinta dimensión, vigilamos que no repitáis los errores de vuestros ancestros, y hagáis rojo y desolado este hermoso planeta azul. Por eso escuchas nuestra frecuencia vibracional. Marciano, te hemos elegido como uno de nuestros heraldos.

—¿De dónde venís? —, preguntó visiblemente consternado y apesadumbrado.

—¡De dónde más! —, la pausa se hizo eterna, y Agur escuchó lo que más temía—. De la antigua tierra.