Ah, qué hermoso anhelo, llegar a la vejez con la serena certeza del deber cumplido. Imagino esa satisfacción como la suave luz del atardecer larense, tiñendo de dorado los recuerdos de una jornada vital intensa.
Foto tomada con mi teléfono HONOR X, en las calles del hermoso pueblo de boca de aroa, Estado Lara.
Piénsalo: las manos, quizás ahora un poco temblorosas, que tejieron incontables actos de amor y esfuerzo. La mirada, surcada por las líneas del tiempo, que ha contemplado amaneceres de esperanza y noches de aprendizaje. El corazón, que late con un ritmo pausado pero profundo, henchido de las historias vividas, las metas alcanzadas, los afectos cultivados.
No se trata de una perfección inalcanzable, sino de la íntima convicción de haber entregado lo mejor de uno mismo en cada etapa. Es la paz que emana de saber que las semillas sembradas a lo largo del camino han germinado, ofreciendo sombra y frutos a quienes nos rodean. Es escuchar el eco de las risas compartidas, sentir el calor de los abrazos sinceros y reconocer en los ojos de los demás el legado de nuestro paso por este mundo.
Foto tomada con mi teléfono HONOR X, en las calles del hermoso pueblo de boca de aroa, Estado Lara.
Esta satisfacción no es un premio ostentoso, sino un tesoro silencioso que reside en la conciencia tranquila. Es la gratitud por el don de la vida y la aceptación serena del ciclo natural. Es contemplar el horizonte con la certeza de haber navegado las tormentas y disfrutado las calmas, llegando a puerto con el alma plena y el espíritu en paz.
Es, en esencia, la dulce melodía que entona el alma al reconocer que la partitura de la vida se ha interpretado con autenticidad y amor. Un final de jornada que no es un punto final, sino un umbral hacia la contemplación y la transmisión de la sabiduría acumulada. ¿No te parece una hermosa imagen?