Fuente
Aquí huelo el café de la mañana, que se mezcla con el humo que suele salir de los vehículos de la ciudad, y en un intento por querer salir adelante, más allá por la esquina, gente que no le preocupa pasar su eternidad con un hedor a azufre.
Las leyendas suelen ser hombres con hazañas increíbles, que logran cambiar el mundo con sus actos. En nuestro barrio se reduce a algo más simple: Pasar de los 30 teniendo una vida noble, porque un grueso de nuestra población, los vicios y la mala vida son los que dictaminan lo que va a suceder luego.
Aquí la comida no abunda, pero si los casquillos de bala y las sustancias que marean. Hemos evitado que no sea así, pero parece que el vicio tiene la fuerza de Atlas, y la voluntad de Zeus.
¿Nos educamos? Claro que sí, aunque los del otro poblado no lo crean, aquí también sabemos leer y escribir, pero tenemos que durante el proceso aprender a sobrevivir. Somos los hijos del olvido que queremos cambiar las cosas.
Cada año nos visitan eso hombres de traje a prometer solucionar problemas imposibles para sus gestiones, y con una descarada compasión, hablándonos como si no entendiéramos a que se refieren.
Aún lamentamos la apresurada partida del hijo de doña Concepción, el menor de 6, quien iba a ser un prometedor deportista, pero por infortunios de la vida, fue confundido con su hermano que anda en malos pasos por una banda que no se preocupa por indagar sino disparar, y pues... 3 disparos, y allí se fue el futuro.
Yo quiero cambiar las cosas, y como muchos, no me veo en otro lugar, porque aquí crecí, pero son tiempos de mucha intensidad, y este pequeño barrio olvidado, se sigue deteriorando con el pasar de los años, pero aún así lo llamo mi hogar.
Fuera de todo ese estiércol que nos distorsiona ante los ojos ajenos, existe gente buena, gente que ayuda, y que quiere mejorar, porque en el fondo sabe que las cosas no siempre tendrán que ser así, y en ellos deposito toda mi esperanza.
No somos perfectos, pero somos, vemos la realidad, no vivimos de apariencias, porque para nosotros no puede haber alguien mejor que otro, ni mucho menos inferior. Justo aquí, en el sitio donde se encuentran los que no temen perder nada, porque nada tienen, excepto el sueño, de que algún día el futuro luzca más brillante.
Justo aquí, en mi hogar.
Román Iturriza, 2025.
