Hilario estaba sentado en la roca de la playa Vermont, contemplando el mar con una agonía digna de sus 50. El sol se escondía detrás de las nubes grises, y una brisa fresca soplaba en su rostro, mientras el agua salada salpicaba sus pies.
Se sentía como un náufrago, varado en una isla desierta, pero en realidad, estaba allí para reflexionar sobre su vida. Había vivido en un vaivén lleno de altibajos, errores y aciertos, pero ahora se sentía arrepentido, con un peso en el corazón que no lo dejaba moverse.
Recordaba las veces que había sido cruel con las personas que lo rodeaban, las veces que había sido egoísta, y cuando había tomado decisiones equivocadas. Pero también recordaba los momentos de felicidad, la alegría de haber amado y haber sido amado, la satisfacción de haber elegido bien, pero por su mala cabeza, hoy veía como aquello que lo hizo feliz, yacía vago en un recuerdo.
Ahora, allí sentado, en la playa, estaba como un marinero que regresa a casa después de un largo viaje. Sabía que había muchas cosas que podrían haber sido diferentes, pero también sabía que no podía cambiar el pasado, pero si sentirse vacío al recordarlo.
De repente, notó algo que rodaba hacia él. Era una pelota de playa, y un grupo de niños se acercaba corriendo detrás de ella. Hilario sonrió, recordando cuando él también era un niño, y el mundo era mucho más sencillo. Tomó la pelota y se la devolvió sin chistar, y mientras se alejaban, se despedían con un inocente "gracias".
Se quedó allí sentado, viendo la pelota saltar de una persona a otra, preguntándose si él también podría haber sido diferente. Pero sabía que no podía responder a esa pregunta. En aquellos infantes se veía a él, y a sus propios hijos, que en cuanto se dio cuenta, ya eran hombres, y ni siquiera pudo disfrutar de sus etapas.
De repente, un pájaro se acercó volando, y se posó en la roca junto a él. Hilario lo miró con curiosidad, preguntándose qué estaba haciendo allí. El pájaro lo miró fijamente, como si le estuviera diciendo algo, e incluso de manera sarcástica.
Hilario soltó una carcajada, pensando en lo absurdo que era estar hablando con un pájaro. Pero, de alguna manera, el pájaro parecía entender lo que estaba pensando y sintiendo.
De repente, el buen Hilario se dio cuenta de que estaba encontrando una especie de redención en la conversación con el pájaro. Era como si estuviera hablando con su propia conciencia, tratando de hacer las paces con todo lo que había hecho en el pasado, de la misma forma hacia una introspección de si mismo.
La conversación con el pájaro fue breve, pero fue suficiente para que Hilario se sintiera mejor consigo mismo. Se levantó de la roca, sintiéndose más ligero, y caminó hacia el agua, que al tocar sus pies, vio que había anochecido, y estaba completamente solo.
Mientras se adentraba en el mar, sintió que un peso se levantaba de sus hombros. Se dio cuenta de que estaba siendo redimido por el mar, por las olas que lo rodeaban, por la vida que siempre había estado allí, a su alrededor, y que por una u otra razón ignoraba torpemente.
Mientras se adentraba con inmensa calma a las saladas aguas de Vermont, se dio cuenta de que el mar podía ser una metáfora de su propia vida. A veces, estaba en calma, a veces, estaba agitado, pero siempre estaba allí, listo para recibirlo.
Finalmente, siguió su rumbo dentro del agua, sintiéndose renovado. Miró hacia atrás, hacia la roca en la playa, y vio al pájaro posado allí, observándolo. y con una mirada llena de paz, Hilario se despedía de su emplumado amigo, dando gracias por su acertada conversación, que le permitió marcharse en paz hacia el infinito.
