Estimada Elena Poniatowska:
He estado leyendo su libro: Octavio Paz, Las palabras del árbol, en medio de estas temperaturas, en Mérida: calor fiero cada tarde y cada día y mucho sol y poca lluvia y el libro abierto, entre mis manos.
Nada como un libro que son muchos libros. Tras cada página, aparece un nuevo Octavio Paz, una forma muy suya de mostrarnos su vida, su obra, sus anécdotas, sus viajes, sus ideas, sus pasiones. He ido subrayando frases y párrafos y ahora el libro parece impreso en papel tornasolado, donde sobresale el amarillo, el verde y el naranja.
Una amistad de tantos años puede engendrar un libro semejante. Hay complicidad y relatos insertos que solo Ud. puede darnos, revelándose así, facetas y regiones más transparentes, no el Octavio Paz asediado por la crítica, sino el Paz entrevisto, el hombre atento a su tiempo, el incansable poeta, el enamorado de Marie-Jose, el hombre que suspira y convierte en poema el árbol de su infancia y los cien mil árboles que Ud. encuentra en su poesía, para demostrarnos que Paz y los árboles tejieron un cuerpo, un universo incesante y fidelísimo.
Este es un libro lleno de ardores, de silencios, de memorias que nos gratifican. Para quienes hemos leído a Octavio Paz con cierta y desmesurada pasión, estas «palabras» complementan y sugieren ese inabarcable continente que fueron sus días.
Cartas, dedicatorias, fragmentos de poemas, entrevistas y ese tono, como si Paz estuviese a su lado, siempre, ese tono que nos transmite su amor inclaudicable, que nos propone no creer en los agotamientos, sino en las revelaciones. A su modo, nos ha dado una biografía excepcional, las páginas justas para colmarnos de apetito, de goce; las páginas justas para que salgamos, una vez más, a releer sus libros, a encontrar otros, raros, libros-objetos y otras tantas aventuras que signan su obra.
Elena, ha escrito un libro no solo lleno de ardores, sino pleno de muchas verdades, de muchos rigores. Devela una compleja trama: la de Paz y su tiempo y lo hace tan certeramente, con tal brevedad, con tal profundidad y tan amenamente, que nada, absolutamente nada esencial queda fuera de estas 239 páginas…
Ojalá y sus muchos lectores sientan lo mismo: esa gratitud, ese sosiego, ese territorio expandido, como si estuviésemos junto a Paz debajo de aquel árbol de la India: el nim, donde se casó con Marie-Jose o en los demás sitios, donde el árbol, sus ramas, sus raíces, colmaron sus días.
En una entrevista, le comenta: «Octavio, no eres nada impermeable ni definitivo».
Yo quisiera decir lo mismo de su libro, Elena: Las palabras del árbol no es nada impermeable ni definitivo. Sé que su memoria nos traerá otras vivencias, desempolvará otros papeles, recordará otros días, otras noches, otros árboles, otros ardores.
Sus demasiados lectores estaremos aguardando ese día. También nosotros, bajo el «alto surtidor que el viento arquea», veremos reaparecer esas palabras que serán escritas muy cerca de un árbol milenario, de un árbol memorioso, «erguido como dicha sin término».
Gracias por este clamor que hoy me acompaña…
Su fiel lector:
Geovannys.
Mérida, junio 2 / 2025