Open Endings and Raw Realities
(Ten Stories by Rafael Grillo)
Open endings create a conspiratorial sense of freedom. The storyteller refuses a tidy resolution—at least not a traditional one—while readers, upon finishing, feel their imagination galloping across savannas or sailing open seas, guided solely by their dreams or prejudices.
If you relish choosing how to conclude a narrative, I recommend Nine Black Tales (and One Burnt), by Rafael Grillo.
Grillo wields refined gold in his narrative craft. One moment he paints a Cuban actress who conquered Hollywood only to meet ruin; the next, a divorce lawyer addicted to womanizing and dominoes; or a mulatto boy convinced he’s the son of Jesus Christ.
I’m spoiling nothing. Demanding readers will savor the true marrow of these tales: the subcutaneous, deafening violence pulsing beneath the surface—the unspoken truths, the darkness injected into your veins by crime writers who master criminal psychology. "The criminal mind holds greater allure for the contemporary reader," declares the protagonist of Blood Lessons.
Yet Grillo adds another layer: ice. Alcohol and blood served on the rocks. A mental Bloody Mary. His violence seeps in softly—no theatrics, no fanfare—like everyday alienation, in seemingly harmless doses of venom.
Though this permeates the entire collection, it crescendos in the middle section (Pure Blood Trilogy), where parents, siblings, and spouses collide in jealousy, revenge, and murder. Family secrets and lies festering for years; domestic strife, financial strain, and clashing lives—all juxtaposed against shattered dreams and unfulfilled ambitions. These are dramatic gashes that make souls hemorrhage.
If you cherish language as artistic weaponry, Nine Black Tales... delivers fluid, precise prose studded with vernacular gems: "drop the overconfidence," "don’t slack off," "loosen the purse strings," "down some rum." These expressions—rooted in local color and common parlance—never stoop to the vulgarity plaguing today’s lazy narratives.
At risk of over-enthusiasm: if you relish dark humor and criminal farce, don’t miss Who Killed Leopoldo Ayala?. Caricatures of bumbling cops and a gay writer (those inexhaustible tropes) underscore modern noise pollution and lingering ’70s anti-cultural hangovers.
In the closing triptych (Brief Death Triptych), characters lose lives—sometimes plural—swiftly, sharply, at the tip of Grillo’s pen. If you fear neither the worst nor the most terrifying outcomes, dive in.
As for the final "burnt" tale? We’ll leave that to the readers’ Inquisition.
Finales y cuerpos abiertos
(Diez cuentos de Rafael Grillo)
Los finales abiertos dan una sensación de libertad cómplice. El autor de la historia no quiere un desenlace que resuelva el conflicto —a menos no de forma tradicional—; mientras que el lector o espectador, al terminar de leer, siente su imaginación a galope sobre la sabana; o en lancha a mar abierto, a donde le conduzcan sus propios sueños o prejuicios.
Por ello, si te complace la sensación de elegir cómo cerrar una narración, te recomiendo Nueve cuentos negros (y uno quemado), de Rafael Grillo.
Grillo usa oro refinado en su material narrativo. Lo mismo te habla de una actriz cubana que conquistó Hollywood, pero termina mal; que de un abogado de divorcios que juega bolita y tiene debilidad por las mujeres; o de un niño mulato que cree ser hijo de Jesucristo.
No estoy adelantando nada. Si eres de los lectores exigentes, vas a degustar el verdadero tuétano de estos cuentos: la violencia sorda, subcutánea, que los anima, lo que se dice entre líneas; esa cosa oscura que te inyectan en las venas los escritores policíacos que conocen al dedillo la psicología criminal, las motivaciones de los transgresores, "la mente del criminal viene a ser más atractiva para el lector contemporáneo", afirma el protagonista de Letra con sangre.
Pero Grillo le añade otra particularidad: el hielo. Trago de alcohol y sangre con hielo. Bloody Mary mental. Porque la violencia te va entrando suavecito, sin aspavientos ni efectismos, como la enajenación cotidiana, en pequeñas dosis de veneno que parecen inocuas.
Aunque eso ocurre en todo el libro, adquiere mayor dramatismo en la parte intermedia (titulada Trilogía pura sangre), ya que involucra a padres, hermanos y cónyuges en escenas de celos, venganzas y homicidios. Los secretos y mentiras familiares sostenidos durante años, las dificultades domésticas, económicas y de convivencia, en contraste con la realización personal y los sueños truncos, son tajos dramáticos que hacen borbotear muchas sangres y pedazos de almas.
Además, si aprecias el lenguaje como herramienta artística, hay en Nueve cuentos... un estilo fluido y limpio, con oportunas incrustaciones del habla popular: "deje la confiancita", "no se me relaje", "aflojar la pita", "bajar ron", y otras. Expresiones que, siendo costumbristas y muy escuchadas, no hacen concesiones a la grosería tan en boga en las "narraciones" facilistas del momento.
Debo añadir, a riesgo de parecer demasiado entusiasta, que si disfrutas el humor y la comedia criminal, no debes perderte ¿Quién mató a Leopoldo Ayala?. La caricaturización de los policías y el escritor gay (esos viejos filones no agotados), sirven de sostén para resaltar la contaminación acústica actual y las añejas reservas relativas al pasado anticultural de los setenta.
Al final, si no le temes a lo peor, ni a las expectativas más aterradoras, debes zambullirte en la tercera parte: 'Tríptico de la muerte breve'. Personajes que pierden una o varias vidas. Breve y rápido, con la punta de la pluma de Rafael Grillo.
Ah, y el último cuento, el "quemado", se lo dejamos a la Inquisición de los lectores.