
¿A quién no le han dado esos toquecitos molestos en el brazo cuando menos lo esperas? En mi caso, es como una especie de tic nervioso que algunas personas tienen. Y yo, pues soy de las que necesito mi espacio, mi burbuja, mi zona de confort. En medio de una tertulia juvenil conversando con mis amigos de la nada uno comienza a darme pequeños golpes… ¡Y esos golpes eran como pinchazos en mi globo personal! Al principio, traté de ignorarlos, pero cada vez se hacían más frecuentes y más intensos. Era como si mi amigo tuviera una misión: perforar mi burbuja a toda costa.
Intenté disimular mi molestia con una sonrisa, pero creo que mis ojos lo decían todo. Me sentía como un personaje de esas películas en las que se les escapan los ojos y delatan todos sus pensamientos. Y es que, ¿cómo explicas que alguien te ponga tan incómoda con unos simples toquecitos? Es como si cada golpe fuera una invasión a mi territorio. ¡Y mi territorio es sagrado!
Siempre he sido un poco social pero al mismo tiempo solitaria. Me encanta perderme en una buena conversación, dar largos paseos por algún lugar que muestre la belleza natural o simplemente quedarme en casa, en pijama, viendo series. Es mi forma de recargar las pilas y de conectar conmigo misma. Mi habitación es mi santuario, mi refugio. Y en las reuniones sociales, siempre busco un rincón tranquilo donde poder respirar y observar a los demás sin sentirme agobiada, hasta que en algún momento me desato jaja hasta nuevamente necesitar mi espacio.

A veces, siento que mi burbuja es de cristal, súper frágil. Y que cualquier roce, cualquier palabra fuera de lugar, puede hacerla añicos. Y cuando eso pasa, me siento expuesta, vulnerable. Es como si alguien hubiera apagado la luz y me hubiera dejado a oscuras.
¿Por qué a algunas personas les cuesta tanto respetar el espacio personal de los demás? Es como si hubiera una especie de código secreto que solo ellos entienden y que les permite invadir tu burbuja sin pedir permiso. Y lo peor es que, cuando les dices algo, te ponen esa cara de "pero si es solo un toquecito". ¡Pues para mí, ese toquecito es una bomba!
No es que odie a la gente, ¿:)? De verdad que no. Me gustan las personas, las conversaciones interesantes, las risas compartidas. Pero el contacto físico, ese no es lo mío. Me pone nerviosa, incómoda. Es como si tuviera un sexto sentido que me alerta de cualquier peligro inminente.
Cuando me siento abrumada por las personas, por el ruido, por la actividad frenética de la vida diaria, busco la soledad. Es mi mejor amiga. Me acompaña en los momentos buenos y en los malos. Y siempre sabe cómo hacerme sentir mejor.
Llevo años intentando entender por qué soy así, por qué necesito tanto mi espacio. Y al final, he llegado a la conclusión de que es parte de mi personalidad. Y eso está bien. No tengo por qué cambiar para encajar en los moldes de los demás.
Después de aquella tertulia, decidí que tenía que decir algo. No podía seguir permitiendo que alguien invadiera mi espacio sin que yo hiciera nada. Así que hablé con mis amigos con total sinceridad. Y para mi sorpresa, él lo siguió haciendo jaja ya que entre amigos decir la verdad es síntoma de “seguire molestando” sin embargo momentos como estos me ayudan a no ser tan rigida y entender que no lo hacen con mala intencion.
La vida es como una balanza. Por un lado, tenemos la necesidad de conexión, de sentirnos parte de un grupo. Y por otro lado, tenemos la necesidad de soledad, de tiempo para nosotros mismos. Y el truco está en encontrar el equilibrio perfecto entre ambas cosas.
Esta experiencia me enseñó mucho sobre mí misma y sobre las relaciones con los demás. Aprendí que es importante defender mi espacio personal, que no tengo por qué sentirme culpable por necesitar mi tiempo a solas y que la comunicación es la clave para resolver cualquier conflicto.

Bye y no me toques.