El derecho a la verdad y a la dignidad humana
Una arenga en favor de los más débiles mientras el público escucha con atención. Un fuerte estallido que sobresalta a la audiencia, una sotana que se mancha de sangre. La enérgica voz del Arzobispo Óscar Arnulfo Romero se ha apagado para siempre; ahora yace sobre el altar de la capilla del hospital Divina Providencia ubicado en la capital de El Salvador, ante la mirada incrédula de sus fieles. Un francotirador ha segado la vida del Monseñor Romero, lo ha hecho desde un auto descapotado rojo, del mismo color de la sangre derramada por cientos de salvadoreños que han sido asesinados de manera impune y que tantas veces denunció el líder religioso en sus homilías en búsqueda de la tan ansiada justicia.
Era el 24 de Marzo de 1980, El Salvador estaba siendo gobernado con mano de hierro por la Segunda Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por el Coronel Adolfo Arnoldo Majano. Las denuncias en contra de la dictadura militar, las desapariciones forzadas, las ejecuciones extrajudiciales, el encarcelamiento de inocentes y la protección que brindaba desde su iglesia a quienes huían de los organismos parapoliciales; le costó la vida al Monseñor Romero.
“Hago un llamado a los hombres del ejército, a los cuarteles, a las bases de la Guardia Nacional, a la policía. Hermanos, somos el mismo pueblo. Cuando matan a los campesinos están matando a sus hermanos. Ningún soldado está en la obligación de obedecer una orden contra la Ley de Dios que dice: No matarás. Obedezcan a su conciencia antes de obedecer una orden inmoral. La Iglesia no puede callar ante esta abominación. De nada le sirve a un gobierno si sus reformas van teñidas de sangre. En nombre de Dios y en nombre de este pueblo que sufre todos los días, les suplico y les ordeno que cese la represión”. Palabras del Monseñor Romero, 23/03/1980. Fuente/Source
No obstante, la labor del dirigente de la iglesia católica no concluyó con su muerte, por el contrario, su figura se convirtió en un símbolo que trascendió las fronteras de su país y su lucha rendiría frutos varios años después. La llegada de la democracia y el fin de la guerra civil en El Salvador fueron el punto de partida para poder –no solo saldar esa deuda con la sociedad– sino también para establecer un precedente para que los gobernantes tuvieran en cuenta que el poder es efímero y que la justicia tarde o temprano los alcanza.
En el año 1993, una “Comisión de la Verdad” creada como consecuencia de los acuerdos de paz que dieron fin a la guerra civil, realizó una investigación que dio como resultado la acusación del capitán retirado de la Fuerza Aérea salvadoreña Álvaro Rafael Saravia, quien en el 2004 se convirtió en el primer sentenciado por lo que fuese calificado por una corte de justicia penal como “atentado contra la humanidad”.
Posteriormente en el mes de Diciembre de 2009, el presidente de ese entonces, Mauricio Funes, reabre el caso en cumplimiento de un mandato de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuyas investigaciones arrojan la culpabilidad del subsargento de la Guardia Nacional Marino Samayor Acosta –integrante de la escolta presidencial– como autor material del asesinato de Romero, quien habría cometido el crimen por orden del fallecido Mayor Roberto d'Aubuisson, colaborador cercano de la junta de gobierno y creador de un grupo paramilitar llamado “los escuadrones de la muerte”.
¿Dónde está mi hijo? ¿Por qué asesinaron a mi esposo? ¿Por qué encarcelaron a mi madre? Son preguntas que una y otra vez han retumbado en nuestros países de América Latina y el mundo. Preguntas que quedan sin respuestas, son los familiares de las víctimas a merced de regímenes autoritarios, militaristas y dictatoriales que a lo largo de la historia han azotado –y continúan haciéndolo– a países enteros, aprovechando su poder para violar los derechos humanos y la dignidad de las personas.
No importa la ideología o sí el gobierno es civil o militar, siempre comparten los mismos principios básicos en común: ausencia del estado de derecho, abuso de autoridad, falta de independencia de poderes, violaciones a los derechos humanos, enriquecimiento ilícito, eternización en el poder, asesinatos, encarcelamientos injustificados, desapariciones forzosas, entre otros más vejámenes en contra de la sociedad a la que gobiernan y de la cual deberían velar por su bienestar.
Dada la obligación de los Estados por proteger a sus ciudadanos y respetar los derechos humanos en función de la dignidad de las personas, el 21 de diciembre de 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) designó el 24 de marzo como Día Internacional para el Derecho a la Verdad en relación con las Violaciones Graves de los Derechos Humanos y contra la Dignidad de las Víctimas.
Uno de los aspectos estructurales de la celebración de esta fecha es la invocación al “derecho a la verdad” por parte de las víctimas y sus familiares, una legítima exhortación para saber que sucedió, el tener pleno conocimiento legal de los actos que llevaron al asesinato, desaparición, tortura o encarcelamiento de su pariente; a fin de acudir a instancias legales bien sea nacionales o internacionales, en la búsqueda de obtener justicia y resarcimiento del daño causado.
Es importante acotar que la responsabilidad de todo este proceso recae sobre el Estado, y esta es heredada, de manera que –por ejemplo– en caso de indemnizaciones, el gobierno de turno debe asumir el compromiso independientemente que haya sido alguna administración anterior la causante del agravio.
En ese sentido, la celebración de este día busca recordar constantemente cada uno de los crímenes cometidos en contra de los derechos humanos, y que estos hechos siempre permanezcan en la memoria del colectivo, bien sea en la búsqueda de la justicia y que los perpetradores paguen su deuda, así como también que los acontecimientos se mantengan vigentes en el acervo histórico de la sociedad a fin de que no se repitan nunca más.
De igual manera, se busca rendir homenaje a las víctimas y a quienes se han dado a la tarea de luchar, promover y proteger los derechos humanos de sus semejantes; muchos de los cuales han perdido la vida en ello, como lo es el caso del Monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Asimismo, es la intención utilizar la celebración de esta fecha desde el punto de vista educativo, destacando la importante labor de proteger al indefenso, la formación de valores desde la infancia, la promoción del humanismo en su máxima expresión siempre bajo el principio de la no violencia y que la dignidad del ser humano no debe ser vulnerada bajo ninguna circunstancia.
Finalmente me gustaría agregar a manera de reflexión –tomándome la licencia de hablar en primera persona– que tratar este tema toca una fibra muy sensible a nivel personal, y estoy seguro que a varios lectores les sucederá lo mismo. Es imposible no recordar la situación que ha sufrido Venezuela –mi país de origen– en materia de las violaciones a los derechos humanos durante los últimos años. .
Hoy en día me parece utópico aspirar a tener un país con estado de derecho y una justicia independiente, así como por momentos llego a dudar de la eficacia de tantos organismos de la llamada “comunidad internacional”, el Sistema Interamericano de los Derechos Humanos, la OEA, la ONU, la Corte Penal Internacional, en fin, instituciones con principios que se ven ideales sobre un papel pero que en la práctica, la inoperancia y burocracia están a la orden del día. No obstante, casos como el relatado en el presente ensayo nos enseñan que la lucha tarde o temprano rendirá sus frutos, que los tiempos de la justicia son lentos pero al final, por doloroso y largo que sea el trayecto, siempre se impondrá la verdad.
Invito cordialmente a participar en esta iniciativa a los compañeros hivers @gab0nt y @sayury.
FUENTES/SOURCES:
- Archivo histórico Radio Vaticana.
- Periódico El Faro, vía Wayback Machine. Año 2005.
- Agence France-Presse, vía Wayback Machine. Año 2005.
Saludos cordiales a todos los integrantes de la comunidad Humanitas. Mi nombre es Fael, vivo en Venezuela y hace casi un año comencé mi camino en Hive; lamentablemente dejé de publicar durante varios meses por motivos ajenos a mi voluntad pero no me alejé totalmente de la plataforma, de la cual me convertí en un ávido lector siempre que el tiempo me lo permitiese.
Hace unos días descubrí esta gran comunidad, y me sorprendió gratamente la temática hacia la cual está enfocada, así como los interesantes aportes que he leído en ella. Durante 8 años fui docente en el área de Ciencias Sociales, por lo que el tópico educativo llama mi atención. Desde hace varias semanas he sentido la inquietud de retomar las publicaciones, y me motivé a participar en el presente concurso por el hecho que se trataba de la modalidad de “ensayos”, y tal como señala el convocante @eudemo, no son los más populares ni los más frecuentes en Hive, pero –agrego– son los que te hacen crecer como persona, expandir tu mente y tu cultura. Muchas gracias a todos por leerme.
