Aburrida por el bululú que hacían todos para la triada formada por Hera, Afrodita y Atenea; la tóxica de Eris quiso sazonar la fiesta. ¡Y lo logró con un simple gesto! Se sacó una manzana y la dejó correr hacia las diosas, diciendo: “Para la más hermosa” ¡Y se armó un beta! Pues Hera quería la manzana, pero lo mismo quiso Afrodita, que se abalanzó sobre la mesa justo cuando Atenea estiraba su brazo para adueñarse del fruto.

Los recién casados, Peleo y Tetis, viendo que la cosa se ponía color de hormiga, le pidieron ayuda a Zeus; quien ni corto ni perezoso, le pasó la pelota a París: el calenturiento Príncipe de Troya. Entonces, el joven tomó la manzana y dijo:

—Necesito un momento para pensar, pues creo que todas son dignas de esta manzana.

Por supuesto, en secreto, cada diosa, le ofreció sobornos al París pa’ ganarse la mugrosa manzana. Pero sólo Afrodita, que sabe que hombre no es gente, le atinó.

—¿Te gusta o qué? —le susurró señalando a la hermosa Helena—. Porque si es así, yo te la cuadro… —le dijo. Luego dejó correr la advertencia: —...Pero, puede haber culebra si Melenao se entera.

—Me sabe a casabe —respondió el Príncipe—. Si me cuadras esa frase, la manzana es tuya

—Bueno, pero tú serás responsable de la Sanpablera…

París se encogió de hombros y le lanzó la manzana a la Diosa diciendo:

—El que tenga miedo a morir, que no nazca.