En el barrio de Santo Tomé hoy se sintió un silencio distinto. No era el silencio de la siesta ni el de los domingos sin fútbol. Era el silencio que deja alguien que hizo ruido con el corazón.

Alejandra “La Locomotora” Oliveras no era solo una boxeadora. Era esa mujer que gritaba fuerte en los videos, que te hacía reír mientras te decía que no aflojes, que la vida se pelea con los puños, pero también con las ganas. Tenía 47 años, dos hijos, y un gimnasio donde los pibes entrenaban gratis si iban al colegio. Esa era su regla: estudiar para pelearle al destino.
El 14 de julio, justo cuando iba a jurar como convencional para reformar la Constitución de Santa Fe, le dio un ACV. La internaron en el Hospital Cullen. Y aunque los partes médicos decían que había momentos de apertura ocular, que respondía a estímulos, nunca volvió del todo. Hoy, a las 16 horas, su cuerpo dijo basta. Una embolia pulmonar masiva, un paro cardiorrespiratorio. Los médicos hicieron todo, pero no alcanzó.
En las redes, los mensajes se multiplicaron. “Hasta siempre, campeona”, decían muchos. La Tigresa Acuña, su vieja rival, lloró. “Me lo esperaba menos que una piña de zurda”, dijo. Y no fue la única. Desde políticos hasta comediantes, todos coincidieron en algo: Alejandra unía. Cerraba grietas con su energía, con su sonrisa, con esa forma de decir “me estaba cagando de miedo” y que te diera risa y fuerza al mismo tiempo.
Hoy, en Santa Fe, no habrá velorio ni capilla ardiente. La familia decidió que su cuerpo será cremado. El gobierno decretó tres días de duelo. Pero en los gimnasios, en las casas, en los corazones, la Locomotora sigue sonando. Porque hay trenes que no se detienen, aunque ya no estén en las vías.
Y si hoy alguien se pone los guantes, que lo haga por ella. Porque Alejandra no se fue. Solo cambió de ring.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.