En un rincón humilde de Villa Lugano, vivía Iván, un chico de once años que soñaba con algo tan simple y mágico como la nieve. Nunca la había tocado. La había visto en películas, en postales gastadas del kiosco, y en algún noticiero de fin de semana. Mendoza era su palabra secreta, su promesa blanca.

Una espera larga
Cada invierno llegaba con una mezcla de ilusión y tristeza. “¿Ya estará nevando en Malargüe, ma?”, preguntaba mientras comía pan con dulce de membrillo. Su mamá, Eliana, le sonreía, pero a veces se le escapaba una lágrima. No podían costear el viaje. Su papá, Rubén, trabajaba de electricista, pero el laburo era irregular. Entre cortes de luz y clientes que pagaban tarde, no alcanzaba para mucho.
La decisión
Un día, después de ver a Iván dibujar una montaña con nieve en la tapa de una caja de pizza, Eliana y Rubén se miraron largo. Esa noche hicieron cuentas, promesas, y planes. Rubén buscó changas los fines de semana. Eliana empezó a limpiar casas en los mediodías libres. No compraron zapatillas nuevas ese año. En vez de ir a la plaza, armaban sobres para una fábrica de invitaciones.
Llegó el día
Pasó un año. Un año lleno de cansancio, de mates compartidos en silencio, de esperanza escondida en cada monedita que guardaban en una lata de yerba. Cuando Iván vio los pasajes impresos en papel reciclado, creyó que era una broma.
La travesía
Viajar en micro desde Retiro hasta Mendoza fue una aventura. Iván no durmió. Miraba por la ventana como si las nubes le guiñaran el ojo. Cuando llegaron a Las Leñas, la nieve los esperaba como una vieja amiga que supo que vendrían. Iván se tiró de espaldas, hizo un ángel torcido y gritó: “¡Estoy congelado y feliz!”.
Epílogo blanco
Nunca más volvió a ver nieve así, pero cada invierno dibuja montañas en cajas de pizza. Y cada vez que le preguntan por su recuerdo más feliz, sonríe como si tuviera copos en la cara. Y dice: “No fue solo la nieve… fue ver a mis viejos convertir un sueño en verdad”.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.