
Para las Ciencias Sociales, la juventud supone un campo de estudio muy rico y necesario porque es esta población la que desde la alternatividad configura nuevos espacios de participación que rompen con lo socialmente concebido hasta el momento. Sin embargo, a pesar de lo dicho, se trata de una categoría que tiende a diluirse en la cotidianidad quedando enmarcada en definiciones convenientes para las generaciones precedentes en dependencia de la situación. Es así que muchas veces nos topamos con opiniones que pudieran ser contradictorias. Por un lado la ilustre frase «la juventud está perdida», por otro lado «aún me queda mucha juventud». Lo cierto es que quizás la ausencia de una definición clara, más allá de las dificultades teóricas, esté hablando de la intención de hablar de la juventud desde donde mejor plazca sin siquiera tener en cuenta real y objetivamente a quienes conforman esta categoría poblacional.
Asociado a ello tenemos que es común escuchar en la actualidad a través de los medios de comunicación a adultos militantes y partidistas caracterizar a la juventud como apática e indiferente, comparándola con los acontecimientos históricos de décadas pasadas. A pesar del valor histórico de esos momentos, es importante analizar los contextos en los que se desenvuelven las generaciones actuales.
Por tanto, en un intento de definir a la juventud, desde el condicionamiento histórico es necesario tomar como referencia al contexto del que adquiere sentido, y así se pudiese hablar de que la juventud está marcada actualmente por la emigración, el mundo globalizado, la interacción con las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), el desencanto político, el desgaste de los discursos dominantes y el deterioro de los emblemas aglutinadores; todo esto en una dinámica en la que los y las jóvenes se apropian y enriquecen el universo simbólico que les rodea. Me refiero a que la juventud más que un estado o etapa de la vida, es una condición social que depende en gran medida de las características históricas y sociales con las que interactúa cada uno de sus miembros. Pero a pesar de lo complejo de su articulación, es posible definirla atendiendo a lo juvenil y a lo cotidiano, siendo lo primero lo referido a la identidad, y lo segundo, a las prácticas sociales y contexto de relaciones dentro de una cultura determinada. Es aquí donde juegan un papel importante las vivencias de cada uno de los y las jóvenes.
Antes de llegar al núcleo de este artículo, creo que es necesario partir de que desde mediados del siglo XX los y las jóvenes comienzan a contar con privilegios de clase que le permitían enfocarse en sus estudios y posponer el matrimonio. En consecuencia, la etapa de juventud llegaba a su fin cuando estas clases dejaban de brindarles dicho privilegio, y comenzaban a asumir responsabilidades como mantenerse por su cuenta, tener hijos y establecer un hogar. Si lo vemos detenidamente, esta consideración supera a definiciones de la juventud como un grupo etario definido con sus propias características uniformes que ignora las condiciones materiales e históricas del contexto.
Es así cómo podemos ver que la juventud es algo más que una etapa de la vida o un estado; está condicionada por la clase, el género, las condiciones materiales y hasta la raza. Se puede afirmar que un joven blanco, cisgénero, de clase acomodada en un país desarrollado no será nunca similar a uno negro, homosexual, pobre en un país subdesarrollado, porque las tareas o retos que le depara su entorno y a los que tendrá que responder, serán totalmente diferentes, así como la vivencia de cada uno de ellos respecto a su propia realidad. Incluso existen culturas como en África, en las que no existe la etapa de la adolescencia o juventud porque sus jóvenes mediante rituales y exigencias propias de su contexto pasan directamente de la niñez a la adultez. Digamos que en estas etapas son más sociopsicológicas porque no existen -o no tan determinantes- condicionantes orgánicas; haciendo referencia a lo biológico.
De hecho, las sociedades actuales ya no tienen jóvenes conformados por los referentes tradicionales de tiempo cronológico, memoria histórica o territorio. Esto se debe a los procesos de globalización que se llevan a cabo en nuestros tiempos, los cuales se apoyan en las nuevas tecnologías de comunicación. En consecuencia, los procesos de identificación se producen asumiendo símbolos culturales globales hegemónicos, que se exportan en forma de patrones culturales y modelos de consumo occidentales, teniendo efectos principalmente en la cultura. Por lo tanto, la juventud es más un producto que un estado, condición social o etapa de la vida, ya que sus atributos se comercializan en forma de símbolos. Sin embargo, hay que hablar de una heterogeneidad juvenil dentro de una homogeneidad global, porque la juventud es una categoría sociohistórica, cultural y relacional.

Ahora sí: a través del uso de dispositivos electrónicos que permiten acceder a las redes sociales e internet, así como jugar videojuegos y utilizar teléfonos celulares, se pueden observar las relaciones entre la sociedad actual y la identidad de los jóvenes. Estos jóvenes diversifican sus formas de expresarse como tales, adaptándose a las características de la época, pero al mismo tiempo, también adoptan prácticas comunes desde una perspectiva generacional. Además, a través del uso de las TIC, los jóvenes también importan productos culturales y patrones de consumo occidentales, lo que genera una mezcla entre lo extranjero y lo cultural nacional. Ello muchas veces es tomado en cuenta para hablar de pérdida de identidad cultural, pero esto debiera verse desde otro enfoque en donde cada impacto cultural sea asimilado, pero al mismo tiempo enriquecido de forma tal que el producto final sea algo propio, algo genuinamente natural.
Se dice que hasta tiempos recientes, la familia había sido el agente de socialización por excelencia mediante la cual las personas descubrían y se enfrentaban al mundo y a la imagen que se formaban de este. Sin embargo, en los últimos veinte años con la influencia cada vez mayor de las TIC se ha producido un cambio social sin precedentes. Especialmente el acceso a Internet ha logrado que los jóvenes actúen como generadores y conductores de nuevas formas de interacción humana.
En ese sentido, se puede decir que los y las jóvenes han dejado de ser meros consumidores pasivos y ahora desempeñan roles activos en el consumo cultural, mostrando actitudes críticas y selectivas hacia ciertos productos culturales. Esto los ha llevado a pasar de ser simples consumidores a convertirse también en generadores de significados y productos culturales. Por lo tanto, el uso de las TIC no puede separarse del contexto sociocultural, ya que implica valores, comportamientos y significados que están vinculados a su existencia y que atraviesan las relaciones de poder en la sociedad.
Las redes sociales digitales son muy populares entre adolescentes y jóvenes porque abordan las preguntas fundamentales de esta etapa de la vida: ¿quién soy?, ¿cómo me percibo a mí mismo? y ¿cómo me ven los demás? Precisamente esta última pregunta es la más relevante para esta población. A partir de estas inquietudes y las respuestas que encuentren, tomarán decisiones que influirán en su desarrollo personal.
En el pasado, la política era vista como el espacio ideal para generar un cambio social radical, antes de que se subordinara a la economía como mecanismo de administración. Esto llevó a la percepción de que las cosas no pueden cambiar, lo que incluyó la neutralización de las relaciones sociales. Sin embargo, en la actualidad se valora lo instantáneo y se vive en una sociedad hedonista y narcisista. Las formas de participación actuales se centran en nuevas causas de movilización como el medio ambiente, los derechos humanos, sexuales y reproductivos, la causa indígena, entre otras. Se prioriza la acción inmediata, interesándose más en los efectos visibles y a corto plazo. Además, se busca mantener la individualidad dentro de las organizaciones, y la horizontalidad en los procesos de coordinación, respetando la autonomía y rechazando el centralismo democrático. Actualmente los jóvenes suelen estar más preocupados por los resultados concretos de acciones comunitarias, culturales, medioambientales o de denuncias, que por la organización en sí misma, como ocurre en la construcción de partidos. Tienden a involucrarse más en proyectos de gestión que en objetivos de representación, los cuales a menudo ni siquiera llegan a representarlos.
Esto nos lleva a hablar de las ciberculturas juveniles ya que el fácil acceso al ciberespacio a través de Internet y la clara preferencia de la audiencia por el formato audiovisual, que incluye los videojuegos como una forma de entretenimiento, influyen en las identificaciones, gustos, preferencias y planes de futuro, dando forma a la identidad individual y colectiva. Las ciberculturas juveniles tienen una razón de ser y un propósito significativo. Emergen como respuesta a las necesidades de participación de los jóvenes, influenciadas por los impactos de la realidad contemporánea a nivel global y nacional. Estas subculturas adoptan identidades grupales diversas, dependiendo de su enfoque en el contexto y el rol cultural, social y político que desempeñan.

Comúnmente se piensa y asume que con la llegada de las TIC, los jóvenes han dejado de realizar ciertas actividades. Sin embargo, lo cierto es que las tecnologías se incorporan a la vida diaria y reorganizan, pero no sustituyen, el tiempo dedicado a otras actividades. Hay percepciones arraigadas en la sociedad, como la creencia de que la llegada de un medio reemplaza instantáneamente a los demás, cuando en realidad lo que ocurre es una especie de simbiosis entre las prácticas anteriores y las nuevas. Por su parte, el conocimiento que poseen los y las jóvenes acerca de las tecnologías es principalmente de naturaleza instrumental. Aunque demuestran una notable destreza en su manejo, su uso se limita principalmente a satisfacer sus necesidades inmediatas de entretenimiento y relaciones personales. De hecho, a pesar de estar hiperconectados, tienden a relacionarse siempre con las mismas personas, tanto en el mundo virtual como en el mundo físico.
English version

For the Social Sciences, youth represents a very rich and necessary field of study because it is this population that, through alternativity, configures new spaces of participation that break with what has been socially conceived up to the present moment. However, despite what has been said, it is a category that tends to dissolve in everyday life, framed in definitions convenient for preceding generations depending on the situation. Thus, we often come across opinions that could be contradictory. On one hand, the illustrious phrase 'youth is lost,' on the other hand, 'I still have a lot of youth left.' The truth is that perhaps the absence of a clear definition, beyond theoretical difficulties, may indicate an intention to speak about youth from wherever it pleases, without even considering, in a real and objective way, those who make up this population.
Associated with this, it is common nowadays to hear adults, especially militants and partisans, characterize youth as apathetic and indifferent through the media, comparing it to historical events of past decades. Despite the historical value of those moments, it is important to analyze the contexts in which current generations operate.
Therefore, in an attempt to define youth, from a historical conditioning perspective, it is necessary to take as a reference the context from which it gains meaning. Thus, one could say that youth is currently marked by emigration, the globalized world, interaction with Information and Communication Technologies (ICT), political disillusionment, the wearing out of dominant discourses, and the deterioration of cohesive symbols. All this in a dynamic where young people appropriate and enrich the symbolic universe that surrounds them. I mean that youth, rather than a state or stage of life, is a social condition that depends largely on the historical and social characteristics with which each of its members interacts. Despite its complex articulation, it is possible to define it by addressing the youthful and the everyday, with the former referring to identity, and the latter to social practices and the context of relationships within a specific culture. This is where the experiences of each young person play an important role.
Before getting to the core of this article, I believe it is necessary to start from the mid-20th century, when young people began to have class privileges that allowed them to focus on their studies and postpone marriage. Consequently, the youth stage came to an end when these classes stopped providing them with such privilege and began to take on responsibilities such as supporting themselves, having children, and establishing a home. If we look closely, this consideration surpasses definitions of youth as a defined age group with its own uniform characteristics, ignoring the material and historical conditions of the context.
This shows that youth is more than a life stage or a state; it is conditioned by class, gender, material conditions, and even race. It can be affirmed that a white, cisgender, affluent young person in a developed country will never be similar to a black, homosexual, poor young person in a developing country because the tasks or challenges that their environment presents to them will be completely different, as well as their experience of their own reality. There are even cultures in Africa where there is no adolescence or youth stage because young people, through rituals and demands specific to their context, transition directly from childhood to adulthood. Let's say that in these stages, sociopsychological factors play a more significant role because there are no - or not as determining - organic conditions, referring to the biological aspect.
In fact, current societies no longer have young people shaped by traditional references of chronological time, historical memory, or territory. This is due to the processes of globalization taking place in our times, which rely on new communication technologies. Consequently, identification processes take place by assuming hegemonic global cultural symbols, exported in the form of Western cultural patterns and consumption models, primarily affecting culture. Therefore, youth is more of a product than a state, social condition, or life stage, as its attributes are commercialized in the form of symbols. However, we must talk about youthful heterogeneity within a global homogeneity because youth is a socio-historical, cultural, and relational category.

Now, through the use of electronic devices that allow access to social networks and the internet, as well as playing video games and using cell phones, we can observe the relationships between current society and the identity of young people. These young people diversify their ways of expressing themselves as such, adapting to the characteristics of the time, but at the same time, they also adopt common practices from a generational perspective. In addition, through the use of Information and Communication Technologies, young people also import global cultural products and Western consumption patterns, creating a blend of the foreign and the national cultural. This is often considered a loss of cultural identity, but it should be seen from another perspective where each cultural impact is assimilated but at the same time enriched, resulting in something unique and genuinely natural.
It is said that until recent times, the family had been the primary socialization agent through which people discovered and faced the world and the image they formed of it. However, in the last twenty years, with the increasing influence of ICT, an unprecedented social change has occurred. Especially with internet access, young people act as generators and drivers of new forms of human interaction.
In that sense, it can be said that young people have ceased to be mere passive consumers and now play active roles in cultural consumption, showing critical and selective attitudes towards certain cultural products. This has led them to move from simple consumers to also becoming generators of meanings and cultural products. Therefore, the use of ICT cannot be separated from the sociocultural context since it implies values, behaviors, and meanings linked to their existence, cutting across power relations in society.
Digital social networks are very popular among teenagers and young people because they address the fundamental questions of this stage of life: who am I? How do I perceive myself? And how do others see me? The latter question is especially relevant for this population. From these concerns and the answers they find, they will make decisions that will influence their personal development.
In the past, politics was seen as the ideal space to generate radical social change before it became subordinate to the economy as a mechanism of administration. This led to the perception that things cannot change, including the neutralization of social relationships. However, nowadays, instantaneity is valued, and we live in a hedonistic and narcissistic society. Current forms of participation focus on new causes of mobilization such as the environment, human rights, sexual and reproductive rights, indigenous causes, among others. Immediate action is prioritized, showing more interest in visible and short-term effects. Furthermore, there is a desire to maintain individuality within organizations, with a preference for horizontal processes of coordination, respecting autonomy and rejecting democratic centralism. Currently, young people are often more concerned about the concrete results of community, cultural, environmental, or advocacy actions than the organization itself, as is the case with party building. They tend to get involved more in management projects than in representation goals, which often do not even represent them.
This leads us to talk about youth cybercultures since easy access to cyberspace via the internet and the clear preference of the audience for audiovisual formats, including video games as a form of entertainment, influence the identifications, tastes, preferences, and future plans, shaping individual and collective identity. Youth cybercultures have a reason for being and a significant purpose. They emerge in response to the participation needs of young people, influenced by the impacts of contemporary reality globally and nationally. These subcultures adopt diverse group identities, depending on their focus on the context and the cultural, social, and political role they play.

It is commonly thought and assumed that with the arrival of ICT, young people have stopped engaging in certain activities. However, the truth is that technologies are incorporated into daily life and reorganize but do not replace the time dedicated to other activities. There are entrenched perceptions in society, such as the belief that the arrival of one medium instantly replaces others, when in reality, there is a kind of symbiosis between previous practices and new ones. The knowledge that young people possess about technologies is mainly instrumental. Although they demonstrate remarkable skill in handling them, their use is mainly limited to meeting their immediate needs for entertainment and personal relationships. In fact, despite being hyperconnected, they tend to relate to the same people, both in the virtual and physical worlds.

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