Al lado de ese pensamiento surge la imagen de los médicos del mundo, esos anónimos héroes enmascarados, en esta lucha gigantesca que se está librando.
Los galenos y sanitarios aparecen por los medios peleando contra la muerte, haciendo acopio de una inmensa contextura espiritual mientras actualizan los más altos valores de la historia: la valentía, la sensibilidad, la compasión, el amor… Los médicos son, en este momento límite, la concreción del deber ser, del ser ideal, de la Persona en sentido abstracto.
Pensándolo así vuelvo a las máscaras y observo la curiosa manera que tiene la cultura de dar significado a sus productos para que una vez nombrados puedan servir de guía a quienes, en un momento de introspección o de profundización, puedan o quieran ver que el hombre es el mismo en cualquier tiempo y en cualquier lugar, como gustaba decir al lúcido antropólogo Claude Levi strauss.
Como sabemos la palabra máscara designaba en la antigüedad a la persona -más precisamente, adecuando el significado a la actualidad, a la personalidad- que los actores griegos representaban, en la tragedia y en la comedia, en los inicios del teatro.
Las intencionadas desproporciones de los rasgos de las máscaras resaltaban el carácter del personaje, mientras que un cono en su interior amplificaba la voz del actor. Esta última característica establece, según los lingüistas, la relación entre la máscara y la persona. La máscara sería, así, un mecanismo de ampliación de la voz (del latín: per sonare ) a la vez que una mediación con la interioridad del representado.
Con seguridad la historia de las máscaras no comienza con el teatro griego.
Los antropólogos establecen el nacimiento de las máscaras entre las primeras imágenes que los humanos crearon para dar explicación a las preguntas por el más allá tal vez inquiriendo por el lugar hacia donde se dirigen los muertos.
Las primeras máscaras representan a los héroes, aquellos que vencieron cuando el mundo se estaba iniciando; cuando, según el pensamiento mítico -profusamente estudiado por Mircea Eliade entre otros brillantes autores- todas las cosas eran puras y no se habían contaminado.
Contar con una máscara del héroe, después convertido en Dios, garantizó a los hombres iniciales una seguridad, la de poder contar con sus atributos, a través de su semblanza, para resguardarse del peligroso mundo. Una manera de decirle al enemigo: soy aquel que te venció, estoy aquí, otra vez, dando la pelea eterna del bien contra el mal.
Y en este punto, pensando en el batallar de los médicos contra la muerte, junto para compararlas, dos imágenes separadas por siete siglos de conocimiento pero unidas por la simbología de la máscara y por la intuición humana puesta al servicio de la medicina.

F
La primera imagen recrea la vestimenta utilizada desde el siglo XIV por los llamados médicos de la peste donde resalta la máscara con prominente nariz cónica, cuyo interior estaba relleno de paja y especies aromáticas para contrarrestar el intenso tufo (y el entonces imaginario efecto de estas emanaciones como causa de contagio) producido por los cuerpos infectados por la peste bubónica. La máscara se completaba con herméticos lentes de vidrio y un sombrero de alas anchas. El resto de la indumentaria, consistía, según múltiples reseñas de la época, en una túnica en tela muy gruesa encerada que cubría las blusas de piel, cuyo estreno inferior se introducía en pantalones también de piel, cuyos extremos inferiores, a su vez, se introducían en gruesas botas de cuero de cabras. La indumentaria médica se completaba con un bastón de madera que sería como extensión de las manos para examinar al paciente sin necesidad de tocarlo. Los testimonios de la época insisten también en que este bastón era usado para castigar a los pacientes que creían que su mal provenía de la ira divina y que pedían al médico de la peste ser azotado para paliar sus pecados.

Captura de pantalla, editada con paint
Lo inverosímil en este último caso es la causa que origina la necesidad de la vestimenta en un tiempo de supuesto control de plagas y epidemias.
Esta imagen particular corresponde a la vestimenta aconsejada por la Organización mundial de la salud (OMS ) para atender la epidemia de Ebola, grave enfermedad, con tasa de letalidad hasta de un 90%, que brotó en el áfrica en 1976 y que constituyó motivo de alarma mundial.
Con estampas similares vemos transitar, hoy en día durante la epidemia del coronavirus, al personal sanitario que atiende a las víctimas del COVID-19.

Foto propia
Las sociedades del mundo permanecen abismadas y en alarma ante la capacidad de contagio de este virus que amenaza el deseo de contacto humano en todo el planeta, que nos obliga a aislarnos unos de otros, haciéndonos cambiar las formas de interacción, suavizando nuestro perenne juego de roles, borrando con la máscara que nos cubre, y con el peligro que nos amenaza, las diferencias.
Nos queda la intimidad forzada para olvidar, por momentos, la gran lucha enmascarada en la que seguimos participando como especie, para vernos al espejo y reconocernos únicos, recordando también aquella premonición del poeta ciego:
Yo, de niño, temía que el espejo
me mostrara otra cara o una ciega
máscara impersonal que le ocultaría
algo sin duda atroz.
Temí así mismo
que el silencioso tiempo del espejo.
se desviara del curso cotidiano
de las horas del hombre y guareciera
en su vago confín imaginario
seres o plantas o colores nuevos.
(A nadie se lo dije : el niño es tímido.)
Yo temo ahora que el espejo encierre
el verdadero rostro de mi alma
soberbia, defensiva y aterrada,
el que Dios ve y acaso ven los hombres.J.L.Borges - El espejo