Me encontraba a la merced del mar navegando en un rumbo no tan fijo, mis manos y pies tocaban la superficie del agua y se sumergían con ésta misma, humedeciendo la tela de mi ropa y provocando que se apegara a mi piel, aún cálida. Agradecía que la temperatura tan baja del océano no afectara la calidez de mi organismo.
A pesar de que conocía todo a mi alrededor, no sabía cuál era mi nombre y qué papel jugaba en la lotería de la vida, era como de esas palabras de un diccionario que no habían sido totalmente descubiertas o explicadas, pero que hacían vida de ese trozo de cartón y papel.
Mis ojos oscuros observaban el cielo azul, libre de nubes, libre de pájaros, era un simple color en su existencia, tal y como yo.
Soy un simple humano, eso lo sé, y sé que si me caigo, me rompo.
De un momento dejé de ver el azul para observar un color oscuro perteneciente a mis ojos, los cuales se encontraban con las ventanillas cerradas al sentir una brisa marina recorrer mi cuerpo empezando de mis piernas, hasta subir al abdomen y llegar a mi cara.
Por segunda vez, me pregunté quién era yo.