LA GORRA AZUL
–Yo seré policía –dijo Juan, flaco y moreno, de unos 10 años.
–Por qué policía? –le preguntó Manuel, también de 10.
–Porque en televisión son fuertes y tienen novias bonitas.
–A mí me gustaría ser médico como mi papá –intervino Andrés, mayor por dos años y más gordo.
–Yo seré un ladrón que será golpeado por el policía Juan y curado por el doctor Andrés –cerró la conversación entre risas Manuel.
Se chocaron entre ellos mismos, disfrutando el chiste mientras seguían su camino a casa, muy cerca una de la otra. En la acera hallaron una gorra azul, desteñida y roída.
–Es mía –se adelantó Andrés y la agarró.
–¿Por qué tuya? –se plantó Manuel.
–Porque soy mayor.
–Pero yo soy el ladrón –fundamentó irónico.
Se la arrebató y dio tres pasos atrás. Al ponérsela, sonreído, un resplandor le quemó la cabeza. Su mente se nubló.
Esposado a una cama de hospital, notó tatuajes en sus brazos musculosos y su voz de hombre cuando preguntó dónde estaba.
–Fue detenido robando un banco –dijo el médico que estaba de espaldas.
–¿Qué me pasó? –preguntó señalando su rostro.
El médico se acercó para inyectarle un calmante.
–Se enfrentó con el policía que lo atrapó.
Era Andrés, de unos 35 años, igual de gordo, con lentes y asomando canas.
–¿Andrés? ¿No me reconoces?
–No lo conozco señor –le respondió fríamente-. Sus heridas no son graves.
Se asomó al pasillo.
–Ya se lo puede llevar, agente.
Juan, alto, robusto y uniformado, entró con las llaves de las esposas en mano.
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