
No me importó cuando mi vecino desapareció una semana entera. El vecindario, propagador de chismes, decía que estaba enfermo, pero que había llegado completamente curado. Su mujer había dicho que fue espontáneo por un viaje familiar. Según los rumores, había heredado una gran fortuna de alguna tía y pagó los mejores doctores para curarlo. Agradecí a la avanzada tecnología del país para curar enfermedades malignas.
Hasta que fue mi turno.
Cáncer de médula. El tictac del reloj me recordaba mi cercano fin. Y un día, saliendo de una quimioterapia que parecía matarme más que la misma enfermedad, de un segundo a otro todo se volvió oscuro. Desperté con una bata médica y un brazalete en mi muñeca con dos fechas: una del día de mi consulta y la otra quince días después. Unos hombres aparecieron y me llevaron con ellos, atravesando los pasillos donde veía personas vestidas igual que yo: por un lado, desde niños hasta ancianos, todos vigorosos; por el otro gente con caras moribundas, como yo.
No sabía cuanto tiempo había pasado, al parecer habían sido días. Entré por la puerta y palidecí. Frente a mi se encontraba un hombre idéntico a mi. Era yo con mejor aspecto. Observé un calendario en la pared la sala e indicaba la segunda fecha de mi brazalete. Rezaba: «ejecución». Lo entendí todo: reemplazar personas enfermas para mantener una sociedad sana y perfecta me parece excelente y enfermizo a la vez. Pero ya no podía esperar más salvo mi muerte, que iba a llegar de todas maneras.

Participa por el concurso de micro relatos de ciencia ficción realizado por @Trenz. Revisa el post del concurso para más información.
