El corazón en cuestión
El ascensor se detuvo con un ruido metálico. Liza miró extrañada el panel de control y vio que el botón de emergencia parpadeaba. Lo pulsó varias veces, pero no obtuvo respuesta. Entonces se volvió hacia la derecha y se dio cuenta de que aún quedaba otro ocupante en el ascensor, curiosamente habría jurado que todos habían bajado en la planta tres. Era un hombre de unos cincuenta años, vestido con ropa elegante. También él pulsó el botón, pero fue en vano, no pasó nada.
—¿Qué ocurre? —preguntó Liza nerviosa.
—No lo sé, debe de haber un problema con el sistema eléctrico —respondió el hombre con voz tranquila.
—¿Qué hacemos ahora? —insistió Liza.
—No te preocupes, estoy seguro de que alguien lo averiguará y nos sacará de aquí pronto, debemos esperar —dijo el hombre, sonriendo.
Liza no se fiaba de aquella sonrisa, parecía falsa y forzada. Además, notó algo extraño en la mirada del hombre, como si ocultara algo. Recordó que había subido al ascensor en el último momento, justo antes de que se cerraran las puertas. No llevaba maletín ni mochila, únicamente un pequeño bolso de mano. ¿Qué hacía en el último piso? Liza se pegó a la pared del ascensor, intentando alejarse un poco del personaje, este se dio cuenta y se acercó a ella, con paso lento.

—No tengas miedo, no voy a hacerte nada —dijo el hombre en tono suave.
—¿Quién es usted? ¿Qué quiere? —preguntó Liza temblando.
—Solo soy un turista, alguien a quien le gusta la aventura, como a ti. Estoy de paso por esta ciudad, y me hospedo en este edificio, te he visto salir un par de veces, pero vas distraída y no prestas mucha atención a quien está a tu lado. Además, siempre me dijeron que este lugar tenía una vista espectacular de la ciudad y por eso alquilé exactamente en el décimo piso. —explicó el hombre, señalando la parte superior del ascensor.
Liza siguió desconfiando, miró su bolso y notó que tenía una forma extraña. Parecía que dentro había algo duro y alargado. ¿Podría ser un arma? ¿Un cuchillo? ¿Una pistola? Sintió un escalofrío. ¿Qué haría ese hombre aprovechando que estaban solos en el ascensor? ¿Intentaría matarla? ¿Violarla? ¿Robarla?

La joven buscó en su chaqueta el móvil, quería llamar a alguien, pedir ayuda, pero se dio cuenta de que no tenía señal o quizá había interferencias. Se sentía atrapada, sin salida, mientras que el hombre permanecía quieto y la observaba con curiosidad. Luego, se acercó aún más a ella, hasta casi tocarla, haciéndola retroceder hasta encontrarse con el frío metal del ascensor. No tenía escapatoria.
—Cálmate, no voy a hacerte nada —repitió el hombre, extendiendo la mano hacia ella.
Liza gritó, pero nadie la oyó. Entonces el desconocido le tapó la boca con la mano, y con la otra sacó un objeto que llevaba en el bolso, era una jeringuilla plateada, llena de un líquido azul.
—No te resistas, solamente será un pinchazo —dijo él, acercando la aguja al brazo de la mujer.
El agresor tenía órdenes específicas, incluso estaba muy bien entrenado. La siguió durante días y aprovechó para subirse al ascensor con ella, esperó a que bajaran los demás ocupantes y cuando se quedaron solos utilizó tecnología avanzada para manipular el panel mediante un mando a distancia universal que llevaba escondido.
Claramente, Liza era el objetivo, la persona elegida por un millonario que buscaba un corazón para su hija enferma.
La víctima forcejeó bastante, pero el atacante era más fuerte, y logro clavar la aguja e inyectar el líquido en sus venas. La chica sintió un dolor agudo, luego una sensación de mareo, su visión se nubló y su cuerpo se relajó. La soltó y se desplomó, el hombre la miró con satisfacción, casi había cumplido la totalidad de su cometido y se agachó.
El bolso resultó una caja de sorpresas y funcionaba para guardar y refrigerar cosas que normalmente debían estar a una temperatura recomendada. Y sin perder tiempo, desnudó el pecho de la mujer e hizo una incisión con un bisturí. Luego abrió la caja torácica y sacó su fresco y hermoso corazón, lo introdujo en el bolso y lo cerró, limpiándolo todo con un líquido y un pañuelo para cubrir sus huellas.
Nadie sospecharía de él. Se levantó, miró el panel de control y sacó un pequeño mando que accionó y el ascensor se reactivó. Con un guante puesto limpio el tablero y pulsó el botón del primer piso, esperó pacientemente a que se abrieran las puertas. Cuando se abrieron, salió de forma natural y se dirigió a su coche último modelo. Nadie le prestó atención, ni siquiera los guardias de seguridad. No era más que un turista, como tantos otros.


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