
The breath of birds

Only the seagulls were capable of profaning the solitude of old Jeremías, invading the space of the house, which was close to the sea and surrounded by rocks and cactus:
"One of these days I'm going to wipe out all these invading birds",_ shouted the old man, slapping his hands in the air.
"Chu, chu, chu,” shouted the old man as the birds flew away, like any fugitive, only to return to peck at the remains of fish left by the waves on the golden sand.
As an old sailor, Jeremiah's face was tanned by the sun and the saltpeter, but he also wore on his face the shadow of a lost happiness, the darkness of the great seas, as if he himself were an abyssal fish, to whom the light did much harm.
"Good morning, Mr. Jeremiah" - they said to him in the village and he was only heard muttering, mumbling words between his teeth, which sounded more like a protest and complaint, than a greeting.

"On this date people just want to celebrate",_ growled the old man as if anyone would listen to him, as if it was normal to talk and not get answers.
As there was no food in the house, only a little flour, old Jeremiah decided, in the afternoon, to look for some fish in the sea. The old staircase creaked, as the old bones in his knees creaked with every step he took. Suddenly, a false step caused Jeremiah's body to stagger and then fall among the sharp stones that tore the skin. The old man's body was left as just another stone, wrapped in sand.

"No life can end like this",_ thought old Jeremiah, "I do not deserve to die like this", and he thought of the fish that die on the shore, with their mouths and eyes open, without the breath that gives them sea. Then he looked up at the sky and saw how the birds danced above him and some came down to peck at his skin, to perch on his hand. That state of contemplation kept him awake, alert: the birds, as if dancing for him, flew before his eyes with a beauty and a dexterity that only he who is weightless, and has much freedom, can obtain.
"If I live, I will love every flight. My hands will be the fragile branch where they can perch,” he promised for himself, but also for the seagulls, finding at last, an interlocutor beyond himself.


All images are free of charge and the text is my own, translated in Deepl

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El aliento que dan las aves
¿Desde cuándo había quedado el viejo Jeremías solo en aquella parte de la isla? Poco a poco se había alejado de la gente, de los otros vecinos del pueblo. Ahora se le veía poco, tal vez una vez por mes o cada dos meses. Y aunque siempre había sido un hombre huraño, de pocas palabras, después que Consuelo, su esposa, había muerto, había creado una pared invisible entre él y el resto de la gente.
Solo las gaviotas eran capaces de profanar la soledad del viejo Jeremías, invadir el espacio de la casa, la cual quedaba cerca del mar y rodeada de piedras y cactus:
_Un día de estos voy a acabar con todos estos pájaros invasores -gritaba el anciano dando manotazos al aire.
_Chu, chu, chu, gritaba el viejo mientras los pájaros se alejaban, como cualquier fugitivo, para después volver nuevamente a picotear los restos de peces que dejaban las olas del mar en la arena dorada.
Como viejo marinero, el rostro de Jeremías estaba curtido por el sol y el salitre, pero también llevaba en el rostro la sombra de una felicidad perdida, la oscuridad de los grandes mares, como si él mismo fuese un pez abisal, al que la luz le hiciera mucho daño.
_Buen día, señor Jeremías - le decían en el pueblo y solo se le escucha murmurar, rumiar palabras entre dientes, que se escuchaban más a protesta y queja, que a saludo.
Aquella mañana, aunque todo parecía igual: el olor salitroso del mar era un reflujo en el aire, el sol parecía una moneda de oro en el cielo y los pájaros volaban tranquilamente en tanto azul; no era igual, era un día diferente porque terminaba el año; y aunque Jeremías necesitaba algunas provisiones, prefirió quedarse en casa, con tal de no toparse con la gente y soportar el bullicio de la fecha:
_En esta fecha la gente solo quiere celebrar -gruñía el anciano como si alguien lo escuchara, como si fuera normal hablar y no obtener respuestas.
Cómo no había comida en la casa, solo un poco de harina, el viejo Jeremías decidió, por la tarde, buscar unos peces al mar. La vieja escalera crujía, como crujían los viejos huesos de sus rodillas con cada pisada, con cada paso, que daba. De repente, una pisada en falso, hizo que el cuerpo de Jeremías se tambaleara y luego cayera entre las piedras filosas que rasgaron la piel.
¿Cuánto tiempo estuvo Jeremías con los ojos cerrados? Jamás lo supo. Cuando por fin abrió los ojos, solo vio una nube de gaviotas que volaban sobre él. Sin fuerzas, Jeremías se estuvo quieto, y aunque después de la muerte de Consuelo había deseado la muerte mil veces, ahora que la muerte estaba cerca, no quería morir así:
_Ninguna vida puede acabar así - pensó el viejo Jeremías- No merezco morir así -y pensó en los peces que mueren en la orilla, con la boca y los ojos abiertos, sin el aliento que les da el mar. Entonces alzó la vista al cielo y vio cómo los pájaros danzaban sobre él y algunos bajaban a picotear la piel, a posarse en su mano. Aquel estado de contemplación lo mantuvo despierto, alerta: las aves, como si danzaran para él, volaban antes sus ojos con una belleza y una destreza que solo aquel que no tiene peso, y tiene mucha libertad, puede obtener.
_Si vivo, amaré cada vuelo. Mis manos serán la rama frágil donde puedan posarse -prometió para él, pero también para las gaviotas, encontrando por fin, un interlocutor más allá de él mismo.
Pasaron minutos, tal vez segundos, cuando una de las manos de Jeremías se agarró con fuerza, o con lapoca fuerza que le quedaba, de una piedra y con la ayuda de una de las rodillas dobladas, se impulsó y se levantó. No se sacudió la arena que lo cubría, solo se sentó en una de las piedras que estaban a su alrededor y así, haciendo una vicera con una de las manos, miró el cielo: en él las aves volaban todavía. Jeremías tuvo la impresión que las aves le sonreían y ahí, reconciliado con la vida y con los otros, él también les sonrió.