Entre las cosas más comunes que he experimentado todo el tiempo que conocí a Manuel, son las fiestas. No nos perdíamos ninguna de ningún modo. Incluso asistimos a una en la que deberíamos ir vestidos como dulces. Así es, yo me disfracé de barra de chocolate y el de cereza. Qué bárbaro, con lo gordo qué es se veía muy gracioso, en algún momento me molesté con él por lo hostigoso que era, pero en el momento en que me presentó su prima en aquella fiesta le perdoné todo. Era la más hermosa manzana cubierta de caramelo que jamás había visto. No tuve más remedio que probar un poco de ella. Todo iba muy bien hasta que un tipo se le ocurrió contarnos una historia que había estado escribiendo desde niño. Pobre hombre, tal vez a él le parecía genial, pero fue lo más aburrido que jamás se había oído. Estaba tan aburrido que en el primer momento que le pedí que saliéramos de ahí aceptó sin titubeos. Lo demás es historia, desde ese momento entre los dos administramos el jardín de niños.