
Madrugada del domingo 19 de agosto de 2018. Barquisimeto, Venezuela. Caja de cartón. Orejas y cola especialmente largas para tan mínimo cuerpecito. Semanas de vida... Así llegó Hoppie a mi mundo.
El sábado por la noche, unas horas antes de nuestro primer encuentro, estaba en la presentación de un reconocido comediante de mi país, quien, a pesar de la crítica situación venezolana, me arrancó varias carcajadas y mitigó la ‘tensión general en el ambiente' tan característica de esta nación. Me devolví a casa satisfecha, con un buen humor.
Pasé la puerta y, como es habitual cuando llego a esas horas, mi mamá esperaba por mí en un sofá de la sala. Ya con los ojos casi cerrados del sueño, se dirigió a su habitación mientras me señalaba una peculiar cajita que estaba apoyada en la pared. “Mira lo que te trajeron”, susurró entre bostezos.
Me acerqué, aún reproduciendo chistes en mi memoria y pensando que ahí encontraría de todo, excepto lo que en verdad había: una linda gatita dormida, ¡una mascota diferente a loros, tortugas o hámsteres! ¡Me llené de la más pura alegría! ¡Esa sorpresa opacó al show del mismísimo Emilio Lovera! ¡Aquella vez dormí con una felicidad formidable en el semblante!
La gata sobrevivía sola en la calle, temblaba de frío y su único grito de auxilio era un maullido entrecortado, mezcla de hambre y miedo, que llamó la atención de mi hermano menor, la persona que la sacó de tan cruel realidad.
En ese cruce de vidas, ella se robó el corazón de todos los miembros de esta familia fragmentada desde la muerte de mi papá. Nos completó. Volvimos a ser cuatro. No podríamos bautizarla de otra manera: “Hoppie”, como me decía mi pa', proviene de “hope”, que en inglés significa ‘esperanza'.

Tengo un pacto de protección con este indefenso ser. Quiero transmitirle mi gratitud de todas las formas humanamente posibles. Su presencia me acompaña frente a tempestades que nunca expresé ni expresaré ante personas. Anhelo viva muchos años, incluso más de los que me toquen; no soporto verla enferma.
Ella despertó toda empatía, compasión y ternura que creí duramente extintas... Entonces, dadas las circunstancias, ¿quién rescató a quién? No puedo hablar por los demás habitantes del hogar, pero afirmo firmemente que Hoppie me rescata de manera constante, particularmente cuando la existencia se empeña en noquearme.