Y cierto día desperté del letargo en el que me encontraba, tenía el cuerpo debilitado por alguna fuerza extraña, mis ojos se negaban a ver lo evidente detrás de una hilera de pecados reiterativos. Quedé helado al no entender el absurdo de la nada: Horas muertas, mentiras sin pudor y cuerpos embadurnados por la grasa del desamor. Manejé eternamente por senderos de luces tenues y de pronto alguien frenó bruscamente y rompió la armonía de esta escena marrón, en la esquina una chaqueta, un cigarrillo y quizás una ilusión. Yo baje de ese automóvil cargado de horas muertas y propósitos perversos. Soplo un aire helado y “ el para siempre” se convirtió en “nunca más” y encorvado me fui caminando, cada paso que daba uno era más corto que el anterior y alguien me disparó una nueva mentira un ladrón de la ilusión.