La rutina se ha transformado en la enfermedad emocional más trascendental en las últimas 2 décadas y se incrementó en el año 2020 cuando la Pandemia del COVID-19 hizo de las suyas controlando el movimiento de las personas. El encierro obligado nos hizo cambiar las costumbres de interrelación humana con los colectivos de personas hacia un grupo reducido de personas cercanas, lo que influyó notablemente en cambios de hábitos y nos fueron reduciendo el espectro de acción hasta enfrascarnos en una rutina diaria de quehaceres y con las mismas personas protagonistas.
Pasaron casi 2 años en pruebas de ensayo y error hasta que le perdimos el miedo al virus y sus secuelas, comenzamos a liberarnos emocionalmente al ampliar el contacto físico con las demás personas, con temor a contagiarnos, pero con la emoción a flor de piel para reencontrarnos con los amigos y seres queridos.

El tiempo se hizo más largo, era necesario tomar pastillas para dormir, ya que el desvelo sobrepasaba las 4 de la madrugada, todo se hacía rutinario, a la misma hora y sin variación drástica en nuestras acciones.
El mayor impacto sucedió dentro de las 4 paredes de la habitación, ya tener intimidad con nuestra pareja era inquietante, un poco más de lo mismo. La sesión de amor, de hacer el amor, era el momento menos esperado porque siempre estaba allí disponible, bajó el deseo, la ansiedad por tener lo deseado. El "sex appeal" descendió al subsuelo y el atractivo físico y sexual se volvió más subjetivo de lo normal.
Story based on the real life of @anecdotas