Tocando fondo
Un grito de ayuda, o llamada de auxilio
Los días pasan mientras permito que el pesimismo haga de las suyas.
Me frustro, me altero, me preocupo.
Veo todo mal; pasado, presente y hasta lo que está por pasar.
No sé si es peor esta actitud o tener expectativas y poner la mente a volar.
Siento que todo saldrá mal, que no valdrá la pena, que todo es una pérdida de tiempo (y dinero).
Me niego a ver lo bueno, me hundo en mi pesimismo; esto, todo esto, se ha convertido en una miseria personal.
La pago con otros y con todo.
Me estoy perdiendo, ya no sé si sigo siendo yo o si esta joven negativa y malhumorada es mi verdadero yo.
Estoy confundida y alterada.
Las lágrimas quieren salir con frecuencia, me siento abrumada y solitaria.
No sé si llorar y desahogarme o reprimir y esperar que todo pase...
Espero un imposible porque nada pasa así como si nada,
lo que se vive, lo que se siente;
todo se enfrenta, se desahoga, se racionaliza.
Se hace lo que se tenga que hacer,
posponer solo incrementa el sentir,
a veces lo transforma en otra dolencia;
somatizamos, por ejemplo,
porque al reprimir, nuestro inconsciente busca la forma de salir.
Yo todo eso lo sé de sobra, pero no hago nada con solo saberlo
porque no lo pongo en práctica y sigo en mi pozo,
en uno de autocompasión donde vislumbro mis heridas sin querer saber cómo me las hice o cómo puedo curarlas.
Es un círculo vicioso
y este,
un grito de ayuda -a mí más que nadie- para salir de él.