No recuerdo con exactitud la primera vez que te vi. Nuestros primeros encuentros están distorsionados en mi mente, se me hace difícil ubicarlos en el tiempo.
No obstante, sí recuerdo las sensaciones que causaste en mí. Siguen conmigo, incluso cuando solo estoy pensando en ti. Se me escapa la sonrisa y por eso, por eso escribo por y para ti.
Abrí la puerta para ti, como lo haría con cualquiera, hasta que pusiste tu mirada sobre mí. Vi el brillo en tus ojos, la sonrisa tirando de tus labios, aquella que dejo ver la hilera de dientes blancos. Un par de pasos; unos adelante, otros atrás. Una sonrisa de vuelta, una rutina que, tenía el presentimiento, no volvería a ser la misma; no mientras fueras parte de ella.
Una despedida, otro par de sonrisas. Un nudo se afianzó en mi garganta y el furor invadía mi cuerpo, ¿qué me estaba sucediendo? ¿qué me estabas haciendo?
Al día siguiente, todo se repitió. Lastimosamente, eso evitó que fuese súper torpe a tu alrededor. Estaba nerviosa, no podía ocultarlo. Tu sonrisa hacia estragos y yo no podía, ni quería evitarlo. Evité mirarte para no actuar como una tonta. Y acabé tirando todo a mi paso. Sé que disfrutaste aquello, escuché tu risa, esa que intentaste fuese silenciosa. Supiste ocultarlo, nunca me has dejado saberlo y te lo agradezco.
Han pasado un par de días desde que te vi por última vez. Llegaste sonriente y noté como no dejabas de mirarme. Estaba nerviosa, era imposible sostenerte la mirada. Tuve que girarme, ocultar el rostro entre el cabello, para huir por un momento y sonreír a escondidas. Siento que todos a nuestro alrededor notaron el intercambio. Apenada, veo como apartas tu mirada y te vas por un momento.
Has regresado. Sonríes, te correspondo. Me pides algo y con premura lo hago. Pero entre sonrisas y apuros, olvido algo más y te vas sin que ninguno de lo dos lo haya recordado.
Somos un par de tontos. O solo yo lo soy. Lo sé. A través del teléfono nos disculpamos sin cesar. Mis disculpas están llenas de pena, me pregunto, ¿qué sentirás tú?
Te recuerdo, recuerdo detalles de nuestro encuentros y las siento, en la boca del estómago, ahí están las cosquillas que me invaden cuando te miro o te pienso, esas que me ponen de los nervios.