Como una Diosa te paseas por mi memoria. Te sigo en cada lugar de mi interior para decirte que nunca había sentido una necesidad tan grande como la de estar tan cerca de alguien. Acepto que, con tal de verte, el lugar y la hora se convierten en lo menos importante.
Daría lo que fuera por tenerte aquí, convertida en mi refugio durante esta noche triste y llena de lluvia. ¡El cielo sabe cuánto te extraño! me acompaña y suelta sus gotas en forma de lágrimas para lavar mi rostro.
Aunque siento un frío terrible, tu recuerdo me abriga el alma abrazándome tan fuerte que soy capaz de sentir la calidez de tu piel en cada uno de mis suspiros.
Oigo tu voz en el silencio, en la briza que corre sin detenerse, en esta temible noche de tempestad que no me deja, pero que tampoco me aleja de ti.
Te quedas y te dejo…
Te dejo adueñarte de cada espacio en mi ser, de cada centímetro de locura que solo anhela ser de ti. De cada segundo de impaciencia que solo espera recibir la calma en tus brazos que me abrazan.
Mantengo mi serenidad tan viva como puedo, sin angustia ni desasosiego para conservar la calma y no perderme en el umbral de tu olvido.
Te extraño… comparo tu esencia con los increíbles paisajes que he visto a través de tus ojos, con otros que quiero compartir contigo.
La vida resumida en colores no tiene sentido. Definirla seria limitarla y si la limito, estoy negando que existas. Y eres tan real, que ni el cielo es capaz de olvidar que naciste bajo la estrella que un día te di.
Imagen de Stefan Keller de Pixabay