Ahí estaba yo, desencajado por algunos golpes que me tenían moreteada el alma; ahí estaba ella con la cura perfecta para mis males, con una sonrisa que podía iluminar cualquier recinto, una sonrisa impresionante a la cual había sido incapaz de escapar tanto tiempo antes y que en definitiva lograba atraparme una vez más de manera tan decisiva.
Había encontrado alivio a mis desgastes, a mis temores, a mis tormentos, ya solo me importaba su sonrisa y esa mirada tan inocente a la cual quería solo mirar y mirar y mirar.
Ella estaba radiante, llegaba algo apresurada acomodando su cabello, mirando a los lados y mirando de frente sonriendo. Me levanté en seguida y le di un fuerte abrazo, curiosamente ese abrazo fue distinto a los abrazos anteriores que ya nos habíamos dado, era un abrazo libre, de esos abrazos que provocan repetir, de esos que te hacen adicto, y lo confieso, cabe exactamente entre mi pecho y mis brazos, cabe exactamente su cabeza bajo la mía, cabe exactamente mi nariz sobre su cabellera. Su aroma, su piel, su voz y sus sonrisas. Desde ese instante tan solo quiero ser el amor de esa princesa aunque no soy un príncipe azul, solo tengo ojos para ella.