La investigación interna y otra independiente “concluyeron que las baterías fueron la causa de los incidentes del Note 7”. El fiasco del aparato le costó a la empresa surcoreana miles de millones de dólares en pérdidas
Samsung ha tirado la toalla. La marca surcoreana ha declarado la defunción oficial del Galaxy Note 7 tras dos meses batallando por salvar su smartphone estrella, desde que aparecieran las primeras informaciones sobre el sobrecalentamiento de las baterías hasta llegar a la combustión en algunos casos. Un fiasco de proporciones colosales que le ha costado ya al primer fabricante de móviles del mundo miles de millones de euros tanto por la interrupción del proyecto y la venta del dispositivo como por la caída en picado de la cotización.
Pero además de un fracaso empresarial estrepitoso, el caso del Note 7 constituye también una lección doctoral sobre los peligros de la carrera frenética y alocada que han emprendido las firmas tecnológicas y, en particular, los fabricantes de móviles, por conquistar el mercado, estrenando modelos cada seis meses con novedades pretendidamente revolucionarias. Y es que el avance tecnológico no permite reinventar los móviles cada semestre como nos quieren hacer creer las marcas con sus poderosas campañas de marketing en los glamorosos estrenos de sus modelos.