Saludos, comunidad de Steemit.
Ya no, había dicho el niño. Repasaba la frase mientras arrastraba por la acera las pesadas patas, mezclándose el pensamiento con el rasgar del asfalto, el sollozo de su orgullo, la verja que se estremecía a su roce, el silencio hermético de su pecho convulso. No llevaba rumbo. La acera parecía tortuosamente eterna, sin obstrucción merecida y justa. Ya no, y la mirada fija y segura. No se había percibido nunca, no de esa forma. Al día se veía desvalido, desproporcionado y ridículo, inadecuado en maneras no entendidas ni por él. Ya no, no tengo miedo. Un “no te quiero” monstruoso, un gesto despreciativo, una sacudida terrible.
Fácil habría sido tragarlo de un bocado. Si lo trituraba lentamente seguro se arrepentiría de no temer a la criatura que de noche pensaba en su sueño, que se agobiaba en ingeniar sustos a su medida. Sustos perfectos. Un bocado. Un mínimo apretón y volvería a ser el monstruo de las noches tormentosas y las sombras móviles. El niño, arrogante y estúpidamente confiado, dijo lo dicho; el infante cínico lo dijo sin titubear. No entendió nada, no en el momento. Salió a la calle, sin más, esperando que nadie lo viera derrumbarse de tristeza, ni resoplar quejoso, ni recordar la punzada. Cínico de unos siete, tal vez ocho años. La mirada aterrada de los paseantes le confirmó que seguía siendo lo que era. La cera no acaba, y caminó pesadamente, deshecho, amargo, sintiendo pena de sí, vergüenza. Caminó pesadamente anhelando un rincón oscuro, un refugio de humedad.