José Andrés tenía solo diez años, pero su amor por Boca Juniors era inmenso. Cada fin de semana, vestía con orgullo la camiseta azul y oro, soñando con el día en que pisaría la Bombonera como jugador.
Un domingo cualquiera, mientras jugaba al fútbol en la plaza con sus amigos, su padre lo llamó con una sonrisa misteriosa. “José, alguien quiere verte”, dijo.

José se acercó, intrigado, y entonces lo vio. Era Éver Banega, el talentoso mediocampista que había dejado su huella en el club. Llevaba una pelota reluciente en las manos, con los colores de Boca brillando bajo el sol.
“Esto es para vos, campeón”, dijo Banega, extendiéndole la pelota.
José la tomó con asombro. Sus dedos recorrieron el escudo, su nombre estaba grabado junto al de Boca Juniors. Un regalo único.
“Jugá siempre con pasión, pibe”, agregó Banega con una sonrisa antes de despedirse.
Desde ese día, José Andrés no soltó la pelota. Jugaba con ella, dormía con ella al lado de su cama y, sobre todo, soñaba más fuerte que nunca con ser parte de la historia del club.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.