
En Venezuela todavía se consiguen muchos sitios donde es posible viajar en el tiempo. No es necesario recorrer grandes distancias para encontrar comunidades que viven de espaldas al siglo XXI. Tal es el caso de la Candelaria, cerca de Salom, en el estado Yaracuy.
Durante muchos años conservamos una pequeña finca en esa linda localidad. Era un sitio donde solíamos pasar las vacaciones y que nos permitía hacer reencuentros familiares.
No tenía la Candelaria grandes comodidades, de hecho, para muchos pudiera ser que resultara inhóspita. El acceso era poco amigable. Para llegar había que batallar duramente con el barro en algún jeep de los viejos, que eran los que salían airosos de los encontronazos con el pantanal. Tampoco había luz eléctrica, ni sitios donde hacer compras. Era una zona muy solitaria y con unas poquitas casas salpicadas en la inmensidad de la montaña.

Pero todas esas dificultadas eran plenamente compensadas con la serenidad de un paisaje poblado de árboles, con una agradable temperatura y donde era posible apreciar, de un modo muy particular, la sutil elocuencia del silencio.
Todos la pasábamos muy bien en la Candelaria, especialmente mi madre. Para ella siempre era un momento grandioso la reunión familiar. Con antelación se apertrechaba de un chocolate colombiano que llamaban Corona, que ya venía azucarado, y cada noche nos confortaba con el humeante chocolate. También disfrutaba mucho de unas interminables jornadas de bingo, que compartíamos con los pocos lugareños que se acercaban a celebrar la vida con nosotros.
Lamentablemente con la agudización de las dificultades económicas tuvimos que salir del lugar, nos quedaron los buenos momentos vividos, esos que hoy reposan en algún lugar de nuestros recuerdos, esperando en latencia que algún pequeño estímulo los despierte para recrear en la imaginación todas las vivencias que fueron.
En esta fotografía está mi hija menor. Como le gustaba pasear en esa yegua. Esa niña, acaba de terminar la carrera de psicología y ya está haciendo maletas para marchar en busca de algún destino.
En esta otra fotografía está mi madre. Me llamó la atención esa cara, ¿de contrariedad? Quién sabe qué pasaría por su mente cuando yo hice el disparo. A mí me pareció una toma muy natural, no todo es risa en la vida.
Acá está más animada, con su eterno sombrero de los Cardenales de Lara. Siempre ha lamentado que el color rojo, símbolo de los Cardenales, haya sido tomado como emblema del Chavismo. A su lado está mi cuñada y un hermano un poco menor que yo. Hoy él también anda en las calles de Perú tratando de resolver su existencia.
Aquí, una de las tantas jornadas de Bingo. Me imagino que ya a esas horas de la madrugada, con las botellas vacías, muchas de las cabezas de los asistentes daban vueltas como las que sugiere la foto.
Me ha gustado mucho esta oportunidad para refrescar la memoria. Gracias a la gentil invitación de la amiga, @charjaim, me uní a este reto, mi momento Kodak. La iniciativa la comenzó otra amiga, @lilianajimenez, quien propuso una invitación para rescatar aquellos momentos mágicos de nuestra vida y que, gracias a la fotografía, han quedado registrados para siempre. La propuesta inicial la pueden ver aquí.
Gracias por su tiempo.
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