
“No habrá desarrollo si no se fomenta en la sociedad la responsabilidad de edificar el bien común. Esto es, si no se crean las condiciones para participar en la gestión de lo público, de tal manera que cada persona sea también un ciudadano y no tan solo un consumidor de lo que otros producen”. Rafael Tomás Caldera.
¿Cómo hemos llegado a esto? Agotar completamente esta interrogante escapa del alcance de este escrito. Su intención es ayudar a vislumbrar el contorno de la problemática que le compete a quien escribe, en su condición de ciudadano de a pie.
Y resuena en nuestros oídos —si no es que lo expresamos a viva voz—, “La culpa de esto la tienen los políticos”. Y no es difícil estar de acuerdo con esta posición, sobre todo al notar con tanta frecuencia soberanos divorcios entre el deber y el hacer en el actuar de quienes corresponde hacer cabeza en nuestra nación. Y siendo esto así, es Gallegos una vez más quien nos ayuda a conseguir un mejor enfoque del asunto: “Pero si es cierto que moral y política son dos cosas distintas, llena la historia de casos que lo demuestran, también lo es que en Venezuela un solo nombre ha tenido el grave mal, casi secular, de nuestra vida pública: inmoralidad. Que no ha residido solo —y esto hay que reconocerlo también en alta voz— en los hombres que han pasado por nuestro escenario político, sino también en la colectividad entera que, por entreguista o indiferente o pervertida, ha hecho posibles —incluso cohonestándolos— los abusos de la cosa pública, los atropellos de las personas y la prostitución de los principios desde la altura del poder. Que esto no habría sucedido sin aquello, porque es pedir milagros aspirar a que sea gobernada con rectitud absoluta, con altura espiritual respetuosa de las leyes, respetuosa de los derechos ciudadanos, una aglomeración de hombres que hayan renunciado al fundamental derecho de hacerse respetar como tales hombres, aceptando que se les cotice a precios más o menos bajos, sin contar las ventas gratuitas, y así se les lleve de aquí para allá a hacer lo que en el momento dado se les ordene. Que esto lo llaman disciplina, no siendo sino miseria humana”.

Son las duras palabras del mayor literato venezolano las que nos ayudan a ver un poco mejor la envergadura del problema, cuando nos hace ver “insertos” en el mismo. Y sepamos ver que lo planteado trasciende la problemática de si “yo voté por el difunto o no”. El ejercicio del voto, la eficacia de las instituciones, no son más que abstracciones cuando no se cuenta con los individuos coherentes que le den un sustento real. Es Bolívar mismo quien lo dice con claridad: “Los códigos, los sistemas, los estatutos por sabios que sean son obras muertas que poco influyen en las sociedades: ¡hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados constituyen las Repúblicas!”
Ver actitudes incoherentes en quienes gobiernan y no procurar los medios para hacer que rectifiquen pudiera evidenciar cierto desenfoque: Pensar que el destino del país depende solo de las decisiones de quien gobierna. “Dotada de libre albedrío —dirá Rafael Tomás Caldera— la persona humana recibe como cometido esencial conducir su propio ser, así como el de la comunidad a la que pertenece (de la cual no puede separarse), a su mayor realización, a su plenitud […] Se trata del hacerse de las personas en el ejercicio de su libertad, tarea que corresponde a cada generación. No es algo que se pueda heredar”.
Hablar de la necesidad de hombres virtuosos es colocar la lucha por conseguir un país mejor a nuestro alcance. Aunque que se trate de ámbitos diferenciados, los actos individuales que realizamos a diario, siempre tendrán una repercusión en lo público. No se requiere de una especial investidura para justificar la necesidad de luchar por ser hombres de bien. Construimos y sostenemos el país cuando, haciendo uso de nuestro trabajo, procuramos aliviar las necesidades de quienes nos rodean, haciéndonos mejores en el camino.
Conseguimos en nuestra historia realidades que impulsan a mantener en nosotros una ilusión llena de esperanza. Es después de uno de los episodios más lamentables en nuestro itinerario como nación—la dictadura gomecista—, cuando aparece una generación insigne de hombres comprometidos en poner por obra el ideal civil venezolano. Ideal que pudo verse interrumpido y aniquilado por el olvido durante el hiato militarista de Pérez Jiménez, pero que finalmente logró hacerse realidad —con altas y bajas—, durante aproximadamente 40 años, en los que fue posible un predominio de la razón sobre la fuerza. Como enseña Hauriou: “La subordinación de la fuerza armada al gobierno civil no habría podido ser obtenida nunca por simples mecanismos constitucionales. Es el resultado de una mentalidad, creada por el ascendiente de una idea, la idea del régimen civil unida a la de la paz, considerado como el estado normal.” En un país donde abundan los ejemplos de caudillos y sus autocracias respectivas, fue la calidad de unos hombres—y no nuestra riqueza petrolera— la que hizo posible esta realidad en Venezuela.
Procuremos ver en nuestra historia no solo que crisis profundas pueden dar a origen a grandes renovaciones, sino que contamos con una tradición que sustente nuestro esfuerzo por ser mejores.
Fuentes de las imágenes utilizadas en esta publicación:
Imagen 1
Imagen 2
Imagen 3