Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña.
— Heráclito de Efeso
E S P A Ñ O L
Cuando las mentiras atañen
Un estruendo estremeció el centro de la ciudad. La gente se amontonaba en el espacio del accidente. Desde el parque las personas tomaban videos y fotografías. Los niños no dejaban de señalar con sus pequeños dedos el origen de la explosión; sus padres, en cambio, se ocupaban con sus celulares llamando a familiares y amigos contando lo sucedido.
Los paramédicos llegaron con celeridad. Tomaron las medidas preventivas ante una situación detestable. Un auto que había chocado a toda velocidad contra un poste de luz estaba ante ellos. El parachoques estaba destrozado y las luces por doquier. Solo había una mujer abordo con signos vitales bajos. La sacaron de inmediato y la colocaron en una ambulancia.
Las sirenas no dejaban de sonar, cada vez más personas se arremolinaban en el evento. La policía hizo todo lo posible para alejar a los testigos y los medios, mientras se llevaban a la víctima al hospital. Era una mujer delgada, con el cabello castaño liso y ojos marrones. Llevaba ropa de oficina gris y un anillo de compromiso. El paramédico hurgó en su cartera para encontrar información sobre ella: su nombre era Regina Medina.
Una hora antes, Regina se hallaba en su oficina trabajando. Tomó un sorbo de café, concentrada en su próximo proyecto. De repente, varios empleados irrumpieron en su actividad con un pastel de cumpleaños. Le cantaron una canción y comenzaron a aplaudirle.
Regina estaba contenta, era una buena jefa; comprometida y con fervor de ayudar a los demás desinteresadamente. Los empleados a su cargo la querían mucho, pero no había nadie que la quería más que Mario, su prometido; el cual se apareció en la oficina cantando el cumpleaños junto a los empleados.
Regina colocó una sonrisa retorcida y se paró junto a él. Se dieron un beso rápido mientras todos reían y aplaudían. Todos los veían como una hermosa pareja con un futuro prometedor, sin embargo, dentro de la mente de Regina, azotaban torbellinos de cólera.
¿Por qué estoy con este imbécil?, pensaba Regina mientras todos festejaban. Hace un mes que me enteré de que no está trabajando, solo vive de sus ahorros y no me dijo nada, ¿por qué? Este anillo de compromiso, quien sabe de dónde lo habrá conseguido, últimamente me ha dicho muchas mentiras y ya no le creo nada.
No le caigo bien a la puta de su madre; y cuando ella me falta el respeto enfrente de él, él solo agacha la cabeza y se queda callado, y yo tengo que estar obligada a hacer lo mismo; colocando la misma cara de idiota y en silencio para no ocasionar más conflicto.
Él sale cada mañana, se pone ropa de oficina y finge que va a trabajar; se la pasa frecuentando bares y lugares de apuestas con gente que parece sacada de una película de mafiosos. Lo sé porque una amiga me lo dijo; él no la vio y ella fue más sagaz, mostrándome hasta fotografías para corroborarlo. No sé por qué sigue con esta mentira. He querido confrontarlo varias veces, pero soy tan estúpida y cobarde que no me atrevo ni a insinuarlo.
La cama que compartimos es como una morgue; fría y sin vida. El sexo se siente como si nada, como si tomaras un café insípido por la mañana. Cuando le doy un beso es como si besara a una pared indiferente y áspera. Puedo notar en la sensación de sus labios que él no me desea y que solo me ve como un trofeo ante los demás.
Todo es una mentira. Lo odio con todo mi ser. No soporto que me abrace ni que me toque con sus sucios y embusteros dedos. Las cosas tienen un límite y yo, ¡ya no aguanto más! ¡Necesito salir de aquí! ¡Necesito aire!
—¡Ya basta! —, gritó Regina con fuerza. Todos se quedaron pasmados mirándola. Ella los observó a todos por un segundo, tomó su cartera y salió corriendo de la oficina. Al llegar al estacionamiento, notó que Mario y sus empleados la seguían. Su prometido le gritaba, pero ella hizo caso omiso.
Encendió el auto con celeridad; no quería confrontarlo a él. Salió del edificio tan rápido que los presentes apenas pudieron dar un suspiro. Regina tenía tantas cosas en su mente que no podía concentrarse en el camino, y a solo tres cuadras de su lugar de trabajo, tuvo el accidente.
Al día siguiente, en el hospital, los signos vitales de Regina se hallaban más estables, lentamente abrió los ojos escapando del coma temporal en el que estaba sumida. Al abrirlos completamente, lo primero que vislumbró fue el rostro de Mario. Él le sonrió, en cambio, Regina no mostró ningún atisbo de emoción. Miró el anillo en su dedo con desprecio, como si fuese una maldición o un cáncer. Logró quitárselo como pudo y luego lo colocó en la palma de su mano extendiéndola a su ex prometido.
—¡Vete a la mierda, Mario! —Dijo ella. El anillo rodó por el suelo extirpado de la vida de Regina.
FIN
E N G L I S H
No one bathes in the river twice because everything changes in the river and in the one who bathes.
— Heraclitus of Ephesus
When the lies concern
A roar shook the center of the city. People crowded into the accident space. From the park people took videos and photographs. The children did not stop pointing with their little fingers the origin of the explosion; His parents, on the other hand, were busy with their cell phones calling relatives and friends telling what had happened.
Paramedics arrived quickly. They took preventive measures in the face of a detestable situation. A car that had crashed into a light pole at full speed was ahead of them. The bumper was smashed and the lights everywhere. There was only one female on board with low vital signs. She was immediately removed and placed in an ambulance.
The sirens did not stop sounding, more and more people crowded into the event. Police did their best to keep witnesses and media away while the victim was taken to hospital. She was a slim woman, with straight brown hair and brown eyes. She was wearing gray office clothes and an engagement ring. The paramedic rummaged through her purse to find information about her: her name was Regina Medina.
An hour earlier, Regina was in her office working. She took a sip of coffee, concentrating on her next project. Suddenly, several employees burst into her activity with a birthday cake. She sang a song for him and began to clap for him.
Regina was happy, she was a good boss; she committed and with fervor to help others selflessly. The employees in charge of her loved her very much, but there was no one who loved her more than Mario, her fiancé; which appeared in the office singing her birthday along with the employees.
Regina put on a twisted smile and stood next to him. They shared a quick kiss while everyone laughed and clapped. Everyone saw them as a beautiful couple with a promising future, however, inside Regina's mind, whirlwinds of anger raged.
Why am I with this idiot? Regina thought as everyone celebrated. A month ago I found out that she is not working, she only lives on her savings and she did not tell me anything, why? This engagement ring, who knows where she got it from, has told me a lot of lies lately and I no longer believe her.
Her mother's bitch doesn't like me; and when she disrespects me in front of him, he just ducks his head and stays quiet, and I have to be forced to do the same; putting on the same idiot face and keeping silent so as not to cause more conflict.
He goes out every morning, puts on office clothes and pretends that he is going to work; he spends his time hanging out in bars and betting places with people who seem to be taken from a gangster movie. I know because a friend told me; he didn't see her and she was more sagacious, even showing me photographs to corroborate it. I don't know why he continues with this lie. I've wanted to confront him several times, but I'm so stupid and cowardly that I don't dare even hint at it.
The bed we share is like a morgue; cold and lifeless. Sex feels like nothing, like having tasteless coffee in the morning. When I kiss him it's like he's kissing a rough, indifferent wall. I can tell from the feeling on his lips that he doesn't want me and that he only sees me as a trophy before others.
All is a lie. I hate him with all my being. I can't stand him hugging me or touching me with his dirty, lying fingers. Things have a limit and I can't take it anymore! I need to get out of here! I need air!
"Stop!" Regina yelled loudly. Everyone was stunned looking at her. She looked at them all for a second, took her bag and ran out of the office. Upon reaching the parking lot, she noticed that Mario and her employees were following her. Her fiancée was yelling at her, but she ignored it.
She started the car quickly; she didn't want to confront him. She left the building so fast that those present could hardly breathe a breath. Regina had so many things on her mind that she couldn't concentrate on the road, and just three blocks from her workplace, she had an accident.
The next day, at the hospital, Regina's vital signs were more stable, she slowly opened her eyes, escaping from the temporary coma in which she was plunged. Opening them fully, the first thing she caught a glimpse of was Mario's face. He smiled at her, instead, she Regina didn't show any hint of emotion. She looked at the ring on her finger with contempt, as if it were a curse or a cancer. She managed to get it off him as best she could and then placed it in the palm of her hand extending it to her ex-fiancée.
"Fuck you Mario!" She said. The ring rolled on the ground removed from Regina's life.
THE END
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