
Con mejor o peor suerte, todavía queda una buena cantidad de molinos de viento que han aguantado los embates del tiempo hasta nuestros días. En pueblos no muy grandes, generalmente en montes y cerros aledaños a la villa, donde evocan paisajes pintorescos que difícilmente puede pasar por alto un artista, ya sea como protagonistas de la escena, o como telón de fondo del paisaje, contrastando contra el cielo. De algunos solo queda ruina, pero muchos han sido restaurados, sobre todo desde que los operadores turísticos se hicieron eco de esos gigantes que inmortalizara Cervantes en su genial novela. Pero han perdido ya su papel original en la vida rural manchega y, los que conservan su mecanismo, los menos, muelen pocas veces, y como muestra etnográfica.






