El pastor reposaba bajo la sombra de una majestuosa encina, disfrutando de la quietud que ofrecía ese cálido día de mayo. Había comido bien, y se sentía amodorrado, con ganas de una buena siesta.
De repente, un pequeño insecto que saltó desde un matorral al suelo llamó su atención. Parecía una chicharra, pero, conforme se movía, le pareció que su figura empezaba a mutar; de repente parecía caminar a dos patas y, al pasar frente a él, levantó un sombrerito en señal de saludo.
El hombre parpadeó. Estaba anonadado, pero no había bebido tanto vino en el almuerzo como para sufrir alucinaciones. Al menos eso creía. ¿Habría sufrido algún golpe de calor o algo? ¿Se había dormido y estaba soñando?
Justo cuando se iba a levantar para mirar de cerca, aquel ser extendió las alas de su traje y desapareció volando. El pobre hombre se quedó con la mirada perdida a lo lejos, perplejo, preguntándose si todo aquello había sucedido en realidad. En ese momento, el sonido de las campanas le indicó que su jornada había terminado, pero el misterio del insecto-duende lo dejó con una intriga que probablemente nunca resolvería.
