INTRODUCCION
Ser madre soltera es un desafío que requiere una gran cantidad de fortaleza y determinación. A menudo, estas mujeres tienen que equilibrar trabajos y responsabilidades familiares mientras navegan por la vida sin el apoyo de un cónyuge.
A lo largo de la historia, las madres solteras han sido estereotipadas y juzgadas por la sociedad. Han sido vistas como mujeres fracasadas o incluso como "madres solteras por elección". Sin embargo, la realidad es que la mayoría de las madres solteras no eligen serlo. Muchas veces, se ven obligadas a enfrentar esta situación debido a circunstancias fuera de su control, como el divorcio, la muerte del cónyuge o la falta de una pareja estable.
A pesar de los estereotipos negativos y los desafíos únicos que enfrentan, las madres solteras son un grupo de personas increíblemente fuertes y valientes. Tienen que ser súper madres, trabajadoras y proveedoras, todo al mismo tiempo. Y aunque puede ser difícil, muchas madres solteras encuentran maneras de hacerlo todo funcionar y proporcionar una vida estable y amorosa a sus hijos.
En esta historia, conoceremos a una madre soltera que ha enfrentado muchos de estos desafíos y ha encontrado maneras de superarlos. A través de su historia, aprenderemos sobre la importancia del amor incondicional, la resiliencia y la perseverancia. Esta es una historia que sin duda inspirará y emocionará a cualquiera que la lea.
Pasado...
Era 1987, una madre insegura del futuro de sus dos hijos, tendría un tercero, una niña, ¡NALE, por fin! La emoción recorrió su cuerpo, las lágrimas que derramaba eran inevitables. "Mi niña... espero luchar aún más ahora que estás aquí"
Como toda buena madre, lo único que quiere es un futuro para sus hijos, donde tengan techo, ropa, comida, estudios, libertad...
Eran tiempos difíciles. El padre, a veces presente, a veces ausente. El día a día se notaba cuando llegaba la noche, cuando aquella madre exhausta se derrumbaba mientras hacía dormir a sus pequeños... Siempre con una última pregunta antes de dormir, "¿Mañana qué les daré de comer?
Cuando su padre decidió irse, ella tuvo que salir a buscar trabajo, dejando solo a sus pequeños, estaba sola, no tenía a nadie. Trabajaba pensando si sus hijos estaban bien, si no se pegaron, si nadie entró a la casa... Lo peor pasaba por la mente de esa mujer mientras trabajaba para llevar un plato de comida a casa. Se enfermó, pero no dijo nada, siguió luchando durante años. La enfermedad la estaba matando, pero ella solo quería ver a sus hijos crecer hasta que al fin pudieran mantenerse por sí mismos.
Pasó el tiempo, el hijo mayor a los 11 años era rebelde, se cansó de tener que cuidarlos y se escapó, muy lejos donde estaba su abuelo. Otro golpe para esa madre. No podía renunciar a nada, todavía tenía 2 hijos. La mochila llena de problemas, deudas y con esa enfermedad seguía luchando. Amaba que sus hijos fuesen tan compañeros entre sí y siempre les recordaba:
- “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera”
Sus 2 pequeños se convirtieron en mejores amigos, crecieron juntos en todo, ayudándose en lo que podían ya que su madre no estaba presente como ellos querían, ella luchaba por la comida mientras ellos luchaban por estudiar solos.
Tan pequeños, tan frágiles. Fue una infancia dura, pero feliz porque se tenían el uno al otro.
Llegaron a la adolescencia y su madre los miraba con emoción, comenzó la etapa de “dejar ir”. Empezaron a ir solos a la escuela, a los cumpleaños. Algunos días se quedaban a dormir en casa de sus amigos y esa madre miraba esas camas vacías pensando que aún no era hora de irse. Se había dado cuenta que no estuvo presente en la infancia de sus hijos, que no los acompañó lo suficiente. Ahora lucharía por seguir un poco más para que ellos siguieran estudiando, hasta que hicieran su vida y así algún día podría disfrutar de sus nietos. Deseaba con amor poder enmendar esa ausencia de madre con la presencia de una abuela, la mejor.
Ambos niños eran muy buenos en la escuela, buenas notas, buenos compañeros, buenos amigos, buenas personas... Esa mujer estaba feliz pero muy débil, ya no podía trabajar, la enfermedad la quería
llevar, pero ella dijo, todavía no... Ese niño que creció vio a su mamá y le dijo:
-"no te preocupes, yo voy a salir a trabajar y traeré la comida que necesitamos".
Ella no quería, si ese muchacho dejaba el estudio dejaría su futuro, pero él no la escuchaba porque quería devolverle vida a su madre y que su hermana pequeña NALE terminara de estudiar. ¡Qué corazón tenía ese niño para su madre y su hermana! Y así lo hizo...
Empezó con pequeños trabajos que solo alcanzaban para la comida, pero el siguió y siguió. Era su familia, eran solo ellos 3... Ese muchacho luchó como lo hizo alguna vez aquella madre por sus hijos.
NALE se convirtió en mujer. No pudo tener presente a su madre en su niñez, no la tuvo presente en su adolescencia, y sabía que no la tendría presente por mucho tiempo. Ella sabía lo que le estaba pasando a su madre, por lo que nunca quiso contarle a su madre de sus problemas. NALE había caído en depresión. Habría intentado quitarse la vida en varias ocasiones. Tan joven, tantos problemas a su edad y tan sola.
La madre con su enfermedad avanzada, el niño que trabajaba para ellos y NALE aun estudiando, conoció al "amor de su vida" que le prometió un mundo lleno de felicidad. Con la ausencia de su padre, necesitaba un hombre en su vida que la ayudara con su depresión, o al menos eso creía. Así que decidió dejar sus estudios y tener su primer hijo. Era una niña hermosa que traería paz a su vida.
Al recibirla, NALE solo podía pensar en su pasado. No quería que su hija recién nacida, pasara por todas las desgracias por las que ella había pasado así que se aferró a ese hombre. NALE aguantaría todo para que su hijita no viviera lo que ella tuvo que vivir.
Ella soportaba todo, solo deseaba la felicidad de su hija más que a nada en el mundo.
De día era la madre perfecta, siempre presente para su hija en todo, ya que no trabajaba porque su ahora esposo no la dejaba, quería que ella cuidara de la casa y de su hija, nada más. Por la noche, las lágrimas caían como una cascada, no podía rendirse. ¿Qué haría ella por su hija?
Encerrada y con la mente ciega pensó que era feliz. ¡Su hija estaba creciendo feliz y eso era lo único que le importaba!
Pasaron los años, NALE tuvo otra niña, pudo terminar sus estudios. Era una gran programadora y más tarde quedaría embarazada de su tercera princesa que nacería a días de su sobrina.
¡¡¡Si, ese muchacho que peleó por su madre y su hermana sería papá y también de una niña!!! ¡Cuánta felicidad!
Feliz porque su madre pudo estar para esas niñas, pudo compartir momentos que no tuvo con sus propios hijos. NALE jamás le reprochó nada porque sabía que ella seguía viviendo porque su madre así lo quiso, porque jamás los abandonó.
Una mañana de agosto, NALE fue a buscar a su madre a “la casa”, ese primer hogar, donde esa familia vivió y luchó durante mucho tiempo. Al saludarla NALE lo sintió... Vio la mirada perdida de aquella madre guerrera. Ella lo sentía, pero no quería creerlo así que la llevó hasta su casa.
Al llegar se sentaron en el comedor a charlar. Solo NALE hablaba, aquella madre se estaba despidiendo con solo su mirada. Aquella pequeña niña frágil, que se convirtió en mujer e hizo abuela a esa madre, le recordaba todas las cosas lindas que habían pasado juntas y le agradeció por estar siempre con sus 2 pequeñas. NALE lloraba, pero con una sonrisa y mirando esos ojos perdidos pudo susurrar un último "te amo mamá" y allí, esa valiente mujer cerró los ojos para siempre.