[ESP-ENG] EL LABERINTO

E S P A Ñ O L

EL LABERINTO

Una vez más rompí el silencio, me encontraba en una situación peligrosa; de esas que nunca suelo eludir, pero en este caso, todo se fue al extremo y me hallaba en un lugar extraño escuchando la voz de mi captor. Me rodeaban paredes blancas y carcomidas. Sentía sobre mis pies estruendos agigantados de algo enorme que se acercaba. Tuve que moverme rápidamente pues no quería ser víctima de aquel asesino o cosa que venía a buscarme. Hoy no parecía ser un buen día para morir.

De repente, escucho la voz megafónica de mi captor. Sonaba preocupante. Un gélido horror recorrió mis piernas con intensidad. No tenía idea de lo que estaba pasando.

— ¡Jorge, tienes que encontrar la palanca azul o él te atrapará! Recuerda que todo depende de que lo hagas. Tienes solo una oportunidad.

Quedé desconcertado y frío ante esas palabras. Miré mi mano derecha que sujetaba una bobina de hilo grueso y rojo. No entendía lo que significaba, pero luego de escuchar rugidos a la distancia y unos pasos; más que inhumanos parecían monstruosos, me moví con celeridad, siguiendo las instrucciones de la misteriosa voz.

Comencé a recordar rápidamente: sí, estoy atrapado en una especie de laberinto, con una criatura creada por el doctor Ávila; mi captor. Me sometí a este experimento voluntariamente, pero no recuerdo porqué, quizás mi falta de memoria tenga algo que ver en eso.

Mientras voy recorriendo el laberíntico camino, buscando una salida a “no sé dónde”, un dolor en mi pierna me hace tropezar y caigo de nuevo al suelo. Mi pantorrilla izquierda sangra a borbotones, causada por alguna herida profunda filosa: como la punta de un cuchillo o una estaca de vidrio. En ese momento, cuando reviso bien mi herida, empiezo a recordar quien era y la vida que llevaba.

Visualicé imágenes en mi cabeza discutiendo con una mujer: ¡Raquel! ¡Ese era su nombre! Esa noche tuvimos una discusión fuerte, ella me gritaba y yo le respondía de la misma manera. Salí del apartamento furioso y triste mientras Raquel se recaía en el sofá llorando a cantaros. ¿Ese fue el motivo por el que decidí venir aquí?

Otro rugido y esta vez más anormal, irrumpió mis recuerdos reemplazándolos por un poderoso espanto.

— ¡Jorge, está cerca de ti! ¡Date prisa, vas muy bien! —De nuevo la voz del doctor Ávila, esta vez más alentadora.

Me incorporé como pude y continué aunque el dolor en mi pantorrilla era una molestia. Tomé varios caminos, me equivoqué con algunos y otros solo me llevaban a otras direcciones. Escuchaba los rugidos y los pasos cada vez más cerca, como si tuviera al monstruo justo detrás de mí. Exhalaba mucho aire y mi boca estaba seca, ya me sentía agotado, solo deseaba que esto terminara.

—Ya estás cerca, sigue así. No te distraigas. —Espetó el doctor Ávila, mientras yo solo anhelaba recaerme en un sitio para descansar.

Visualicé finalmente una cortina azul; sostenida por enormes pilares de mármol, como si ocultara una entrada secreta. Al escuchar otro poderoso rugido y la insistencia del doctor Ávila para entrar, me asomé rápidamente y cerré asustado la cortina. Al estar dentro, atisbé una palanca azul, no sabía lo que hacía pero me apresuré en accionarla. Después de unos segundos no pasó nada, y al cabo de un rato más me sentí engañado.

— ¡Felicidades, Jorge! —Exclamó el doctor Ávila con alegría. Eres nuestro segundo voluntario en completar este experimento, sin embargo ya no hay lugar para ti en el exterior, por lo tanto, deberás convertirte en comida para mi criatura.

Aquellas palabras no hicieron otra cosa más que helarme la sangre con los ojos desorbitados. Quedé varado en la confusión: — ¿Es una maldita broma? —, me dije a mí mismo. Grité, berreé, incluso supliqué por mi vida de rodillas, pero la voz del doctor Ávila se había esfumado para siempre.

De pronto, irrumpiendo mi desesperación, escuché los gruñidos de mi depredador justo detrás de la cortina. Primero, vi con mis ojos lagrimosos un par de manos humanas y fornidas que se asomaban, para luego revelar a continuación un rostro bestial cubierto de pelo castaño, con cuernos, ojos oscuros y profundos y una espantosa nariz chata parecida a la de un toro. El resto de su cuerpo era el de un hombre musculado y desnudo, pero nada en su parte humana era tan impresionante como su cabeza de bovino.

Quedé paralizado. Era presa fácil. Al verme desprovisto de mis facultades y dominado por el miedo, la criatura me embistió con todas sus fuerzas, arrojándome a la pared con brutalidad. Mientras agonizaba, llegó a mi mente la imagen de un último recuerdo: era mi bella Raquel, quien parecía despedirse de mí con lágrimas en sus ojos.

FIN