
Su teléfono casi se descargaba. Tenía poca señal, producto del apagón y muestra de que este había sido general y por ende, la señal telefónica se veía afectada en los servicios de distintas operadoras. Necesita enviar un mensaje urgente. En un intento por enviarlo sale al patio, buscando mejor recepción. Logra enviarlo segundos antes que se apagara el equipo. En un suspiro de victoria, alza sus ojos al cielo y ¡vaya!, un espectáculo ante sus ojos. Un cielo totalmente despejado permitía ver miles de estrellas brillantes titilando. Parecían sonreírle, alegres de que Carlos notara su existencia.
Absorto por unos instantes, contemplando y detallando esas luces en el cielo, sentía como si una luz se estuviese encendiendo dentro de él. No sabía cómo explicar lo que sentía, y solo se le ocurrió eso. Todo era oscuridad y ausencia de luz, era la referencia inmediata que tenía. Apagón, velas, celular apagado, estrellas brillando. . .
Se dirigió de nuevo a la casa y al ir entrando por la puerta, Ligia, su hija, precisamente iba a buscarlo para preguntarle algo. Esta vez no chocaron, la luz que emanaba tenuemente de las velas de la cocina les permitió distinguirse. Sin embargo Carlos quiso provocar un ligero choque, ¿su intención? abrazar a su hija, al principio, de manera superficial. Le colocó su brazo izquierdo sobre la espalda a Ligia, quien, aunque hizo un gesto de extrañeza, no se inmutó ni lo rechazó. Se encaminaron hacia la sala, pero al pasar por la cocina, Carlos, traviesamente, le pellizca una nalga a Miriam, quien hacía la cena asistida por Luis. Esta respondió con una mueca de desdén, pero Ligia soltó una carcajada ante la ocurrencia de su padre.
—¡Circulen, circulen! Estoy ocupada. Quiero cenar temprano para irme a dormir —dijo, mientras se dirigía a la nevera a guardar el paquete de masa lista para hacer empanadas.
Luis, quien la ayudaba a separar las plantillas, no se perturbaba ante lo que pasaba, estaba muy concentrado en su papel de chef casero.
Carlos y Ligia continuaron su trayecto a la sala, se sentaron en el sofá más grande y Carlos, con un gesto, invita a su hija a acercarse más a él. Esta responde y Carlos la recibe con ambos brazos y allí, en la opaca luz de la vela y con el silencio como fondo musical, se funden en un fuerte abrazo. Su hija parecía anhelarlo, ya que fue bastante efusiva al dárselo. Él disfrutó ese momento como si fuese un reencuentro con su hija luego de años de no verla. Un rayo más de luz para su alma. El apagón no estaba siendo tan malo, después de todo.
Ligia le hace la pregunta pendiente. Luego de responderle, conversan de todo un poco: política, estudios, economía, teléfonos, música. Ligia acaparaba la conversación, pero a Carlos no le importaba; por primera vez en mucho tiempo conversaba con su hija de esa manera y la escuchaba con atención. Su corazón se iluminaba con una sonrisa de placer y disfrute.
(Continúa)...

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