
Luis entra corriendo a la sala para avisar que la cena está lista, pero al ver el cuadro de su papá y hermana abrazados en el mueble, con cierto asombro y algo de celos, empieza a hacerle cosquillas a su hermana para así separarlos. Carlos se une, pero se las hace a Luis, quien se carcajea y luego de unos segundos exclama:
—¡Basta. Me rindo, me rindo! La cena está lista, vamos a comer —dice entre risas estentóreas. Para luego calmarse en los brazo de su padre. Carlos convirtió sus cosquillas en una tenaza que abraza a su hijo y lo alza por unos metros, mientras se dirigían a la cocina a comer.
Todos llegan al comedor. Miriam se había adelantado y estaba comiendo. Se sentía bastante cansada y solo pensaba en irse a la cama. Carlos y los muchachos se sientan y se unen a Miriam en ingerir las ricas empanadas rellenas de jamón y queso. Se veían deliciosas, aún con la poca luz que emanaba de la vela y la linterna que Luis acababa de encender. Segundos después de probar su primer bocado, Carlos detalla la escena, que a su parecer era bastante surrealista: silencio, luz de velas, pero sobre todo, la familia completa cenando.
No recordaba hace cuantas lunas había ocurrido eso último. Su mente viajó y creyó recordar que había sido cuatro meses atrás, en la última navidad y año nuevo. Disfrutó ese momento y eso lo motivaba a saborear la comida, se sentía complacido. Había visto el rostro de su hijo, observado las estrellas, sentido y escuchado a su hija, saboreaba la comida, allí, reunido a junto a su familia. El apagón hacía estragos en varios sentidos, era cierto, incluyendo oscurecer el exterior; pero de alguna manera, su interior se alumbraba cada vez un poco más.
Cada uno fue terminando de comer, aunque sin levantarse de su silla. Conversaban de cosas intrascendentes, pero lo hacían en familia, como tenían tiempo si hacerlo. Además el estar sin teléfonos, televisor o computadoras facilitaba el proceso de acercamiento y compartir.
A pesar de haber empezado primero, Mirian fue la última en terminar de cenar, aunque no era extraño, comía muy lento siempre. Para no ser tan descortés y porque también estaba feliz de ese momento familiar, se quedó un rato más conversando, pero invariablemente expresó su deseo de irse a descansar. Se despidió con un beso a cada uno, para luego dirigirse a la habitación mientras les encargaba con voz de mando:
—Cierren las puertas y no se acuesten tan tarde. ¡Ah!, y bajen los interruptores de los bombillos, para que cuando llegue la luz no estén prendidos. Chao, chao— fue lo último que se escuchó decir mientras cruzaba la puerta del cuarto.
(Continúa)...
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